Relatos

El armario

Le temblaba todo y tenía la frente empapada. Estaba sentado en la cama de su cuarto, intentando agarrarse una mano con la otra y apoyando fuerte los codos en las rodillas, que de manera insistente se movían arriba y abajo en un vaivén que denotaban su nerviosismo. Empezó a respirar, sintiendo como su abdomen se ensanchaba y se volvía a encoger tal y como le había enseñado uno de los youtubers que colgaba clases online de yoga. Poco a poco y tras unos minutos, notó que las pulsaciones le bajaban y que los tics nerviosos se relajaban. Se fue al baño del pasillo a echarse agua en la cara, momento justo en el cual oyó a su padre desde la cocina:

– Rafa, ¿me ayudas a poner la mesa?

De súbito notó como iba a empezar de nuevo todo el proceso de nervios, temblores y sudores, pero esta vez intentó enfocar su concentración en todas las conversaciones que había tenido con otros amigos que habían pasado por lo mismo. Repasó mentalmente los consejos, las palabras que usar, el tono, los relatos de las propias experiencias. Se recordaba a sí mismo, en una conversación con su amigo Daniel, diciéndole que no se preocupara, que sus padres le querían y que seguro que lo entenderían y lo apoyarían. «Aquello será como quitarte una tirita rápido, pero luego todo irá bien y recordarás ese día como una anécdota graciosa de la que no te arrepentirás». Las palabras las había pronunciado él mismo, pero ahora que era él quien debía enfrentarse a la realidad. Y la realidad era mucho más dura de lo que él pensaba.

Como un autómata se puso con su padre a poner el mantel, los cubiertos, los vasos, las servilletas, el pan, el agua y los aperitivos encima de la mesa, mientras su madre terminaba de preparar los platos de arroz, recalentado del día anterior. Su padre le hizo varias preguntas y comentarios mientras iban y venían de la cocina, y él se limitó a responder monosílabos. Cuando estaban a punto de terminar, su madre (que le conocía perfectamente y tenía esa sensibilidad típica de madre) le preguntó si estaba bien, si le pasaba algo, a lo que Rafa escurrió el bulto con un escueto «nada, es que estoy algo cansado».

Llegó el momento de sentarse a comer y las piernas le flojeaban tanto que creyó que iba a ser incapaz de conseguirlo y se iba a caer. Intentaba no mirar directamente a la cara a ninguno de sus padres. Bebió un poco de agua porque se le habia quedado la boca seca. Cogió el tenedor para intentar comer algo de su plato pero tenía el estómago cerrado. Entonces notó que su madre dejaba el suyo y con tono más serio y decidido que el de antes, le interrogó:

– A ver Rafael, qué te ocurre.

Había llegado el momento. Por mucho que repasara cómo había ensayado decirlo, no recordaba cuál de las formas le había parecido más adecuada. El caso es que ya no tenía tiempo de reacción, y una especie de valentía de última hora parecía como si le hubiera invadido.

– A ver padres, esto no es nada fácil para mí y llevo un tiempo queriendo contároslo, pero es que ya no puedo aguantarlo más.

Levantó la mirada del plato y por fin cruzó sus ojos con los de sus padres, que le miraban serios y al mismo tiempo extrañados.

– Soy…soy heterosexual.

Ya lo había soltado. Pegó un suspiro y se quedó callado porque todos sus amigos le habían recomendado que aguardase a ver la reacción de sus padres. El silencio se alargó más de lo que él quería y sus padres estaban con la boca abierta. Su madre miró a su padre y mientras volvía a mirar a Rafa, fue la primera en hablar.

– Pero…pero a ver, cómo es eso. ¿Que te gustan las mujeres?

– Sí mamá, llevo ya varios años sabiéndolo. Al principio pensé que serían dudas, que estaría pasando por algún tipo de bache, o incluso que a lo mejor era bisexual. Pero llegó un momento en que no pude evitarlo más y saqué valor para hablarlo con algunos amigos de confianza a los que también les gustan las mujeres. Y al final tuve que aceptarlo, y como lo he aceptado yo conmigo quería que lo supiérais también vosotros.

Notaba que a medida que hablaba le resultaba más fácil emitir las palabras. Su amigo Daniel le había aconsejado que después de la primera pregunta o reacción se lanzara abiertamente a decir todo lo que pensaba, que no se callara nada.

Su padre se levantó de la silla. Lo notaba aturdido. Sabía que era al que más le costaría encajarlo. Con los brazos en jarras, y de espalda a la mesa, notó que resoplaba.

– ¿Pero tú también hijo? ¿Esto qué es, hereditario o qué pasa? Yo pensaba que tú al menos saldrías normal, pero nada. Y encima hijo único…madre mía. ¿Cuánta gente lo sabe?

Lo de «normal» le había dolido, y más viniendo de quién venía, y la pregunta de cuánta gente lo sabía entendía perfectamente por qué la hacía: su padre no quería que su círculo de amigos supiera nada. Se sentía frustrado. Sabía que no era fácil pero no se imaginaba esto.

– Papá, mamá, yo esperaba que vosotros dos sobre todo lo entenderíais mejor que nadie.

– Hijo pero es que yo creo que no sabes lo duro que va a ser esto. Tu padre ha tenido que aguantar que le insultaran en clase, que le llamaran desviado, que incluso le pegaran. En el trabajo mucha gente le mira raro y le hace todavía comentarios fuera de lugar. ¿Es que tú quieres eso?

– ¡Pues claro que no mamá! – lo dijo alto y enfadado, pegando con la palma en la mesa y al borde del llanto, fruto de la desesperación. – Yo no quiero que me insulten ni me peguen ni sentirme fatal por tener que decir que soy hetero. Yo no quiero tener que aguantar saber que a ti y a papá no os ascienden por haberos casado y tener un hijo. Ojalá viviéramos en un mundo donde ni siquiera hubiera que declarar tu orientación sexual, y la gente se tomara con total normalidad una cosa o la otra. Pero si me oculto, si nos ocultamos y nos avergonzamos nosotros mismos, no vamos a conseguir nada.

Su padre se había dado la vuelta cuando dio el golpe en la mesa. Se acercó a él, se agachó en la silla y le dio un abrazo. A Rafa se le escaparon por fin unas lágrimas y no pudo contener un mínimo llanto. Escuchó que su madre se levantaba de su asiento y se acercó a acariciarle el pelo.

– Bueno venga, no pasa nada. Estamos los 3 juntos en esto. Pero ahora cuéntanos al menos si tienes novia ya o algo.

Se rió y se separó de su padre, y mientras se secaba las lágrimas se lo confesó.

– Pues mirad, llevo unos meses saliendo con Julia, la chica de mi clase.

– Ya decía yo que hacíais muchos planes juntos…¿y lo suyo lo saben sus madres?

– Sí, lo saben ya hace tiempo y lo tienen asimilado, pero aún no saben que estamos juntos.

– Bueno, Julia se ve buena chica, hacéis buena pareja.

Su padre se sentó, su madre se sentó, y siguieron comiendo y charlando de deporte, la facultad, y en general cosas mucho más importantes que a quien ame uno sea X o Y.

***

Después de esta semana pasada, dedicado especialmente a todos los que habéis salido del armario. Porque llegue un día en que no haya ni que hacerlo.

4 comentarios sobre “El armario

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