Otros · Relatos

10 años

Quedan unas horas para el partido y nota la presión sobre él. Lleva toda la tarde enfrascado en perfeccionar su relato, en encontrar las palabras adecuadas que mantengan al lector emocionado hasta el final. Hace y deshace, sin encontrar el equilibrio entre un inicio vibrante, que enganche sin caer en clichés fáciles y vacíos, y un final apoteósico, de aplauso, de los que sabe que recibirán su merecido reconocimiento de familia y amigos. “Qué bien hoy, Santi, sí señor” o “me ha encantado el mensaje” le sacan siempre una sonrisa. Pero el tiempo corre, no se quiere perder el partido de final de jornada del domingo (un Barça – Sevilla es siempre buen motivo para dejar todo lo demás), y ya empieza a sudar de pensar en las recriminaciones de los que siempre le saltan con un “¿hoy tampoco has escrito?” cada viernes que, por uno u otro motivo, no añade otra entrada en su blog.

Sabe que tiene toda la semana hasta que llegue el viernes para concluir lo iniciado, pero también se conoce a la perfección. Al fin y al cabo, es su mejor y peor rival al mismo tiempo, y por más que luche contra ello, sabe que entre el trabajo, el deporte, algún plan que surja intermedio, y labores varias del hogar, llegará el viernes por la mañana y, como no acabe el relato el domingo, no tendrá nada finalizado para acudir puntual a su cita con las redes el viernes. Quitarse tiempo de trabajo en ponerse a escribir el mismo viernes no es la mejor idea (no está el horno para bollos), que luego es el típico día donde se termina complicando la semana porque la gente suele querer cerrar lo que no ha hecho en los días previos. Así que ahí se encuentra, rascándose la cabeza, tecleando de vez en cuando y sin ideas frescas, nada que le lance a aporrear como un descosido sin tiempo apenas para plasmar en palabras lo que se arremolina en forma de ideas en su mente. Bloqueado, angustiado, frustrado. Mira por la ventana y la pared del patio interior termina de desmotivarlo del todo. Con su nuevo piso no es ni capaz de adivinar si hace sol o está nublado, algo que le invite al menos a salir a dar un paseo rápido y despejarse para después volver a la carga. Hace ya un par de meses que dejó de disfrutar de su balcón de Chamberí, y ha vuelto a la complicidad vecinal de la corrala (que ni eso) donde escuchar perfectamente la radio que pone el vecino de abajo todas las mañanas y las discusiones en árabe por las noches de los vecinos de arriba. Atrás quedaron los gritos de la vecina loca que se quejaba de la joven que, dicho finamente, se lo pasaba íntimamente muy bien con su pareja y de manera ligeramente ruidosa, siendo la vecina loca quien terminaba despertándole cualquier noche de la semana con gritos exagerados. Eso desde luego no lo echa de menos. El balcón de Chamberí y la inspiración, sí.

Mirando al ladrillo del muro de enfrente se acuerda de sus preciosas vistas a la campiña Toscana. Aquel piso era un iglú gran parte del año y recuerda haber estado resfriado prácticamente todo el Erasmus, pero las vistas que tenía y el jardín del que podía disfrutar siempre es algo que nunca había vuelto a tener. ¿La sensación de aquella mágica libertad? Posiblemente tampoco. Fue un año extraordinario que le marcó para siempre, lleno de recuerdos, amigos y anécdotas inolvidables. Así le fue, que se vio obligado a narrar semana tras semana, a quien quisiera leerlo, sus aventuras y desventuras por Siena, Italia y parte de Europa. Aquel año sí que estuvo inspirado. A pesar de todos los planes y el poco tiempo que tenía entre una quedada, un botellón, una fiesta, un viaje y el siguiente, domingo tras domingo era capaz de escribir miles de palabras, dejándose el alma en su particular diario al que tituló «Dándolo todo». Porque eso es lo que hizo, día tras día, y eso es lo que llevaba intentando hacer siempre: darlo todo.

Qué éxito tuvieron sus emails semanales, de los que poco a poco algunos se fueron enterando y le pedían agregarse a la cadena de distribución. Como siempre, muchos permanecieron fieles, y otros (quizá por lo largo de los textos) fueron abandonando poco a poco, o sólo leían de vez en cuando en ocasiones más especiales. Pero se siente orgulloso del legado personal que dejó y que al volver su hermana tuvo el detallazo de regalarle en forma de libro, fotografías incluidas.

Y es que aquello fue su primera toma de contacto seria con la escritura, al menos de forma regular. De eso había pasado ya bastante tiempo…un momento. Paró en seco una de las frases que estaba tecleando. 4 de octubre de 2020…eso quería decir que hacía exactamente 3 días se habían cumplido nada más y nada menos que 10 años de su llegada a Italia. Diez putos años…

Guardó lo que estaba haciendo, aunque convencido de que no llevaría a nada interesante, y empezó a indagar en su blog. Se fue a la sección de Siena, empezó a hacer a scroll hacia abajo, para llegar a la primera de las entradas…y ahí estaba: 4 de octubre de 2010.

Durísimas declaraciones. Dándolo todo: parte de Siena I, había cumplido su primera decena de años. Comenzó a leer, con una mezcla de melancolía y curiosidad, su primera historia. La primera piedra de una obra que le había llevado una década. Rió con ganas rememorando su fatídica llegada a Bolonia, sin tener ni pajolera idea de italiano, aguantando horas hasta coger el tren a Siena por una cosa llamada «chopero» (que más tarde descubriría que era en realidad sciopero, huelga en la lengua de Dante). La primera noche durmiendo en esa habitación de su casita de Siena, queriéndose morir y pensando en comprarse un vuelo a la mañana siguiente como que se llamaba Santiago. Y sobre todo se maravilló de cómo, 10 años atrás, tenía esa frescura escribiendo. Frescura y constancia, todo sea dicho. Porque se tiró todo un año Erasmus sin parar de salir, viajar, con planes cada dos por tres, e incluso comenzó a ir al gimnasio, y aún así cada domingo, como un reloj, era capaz de escribir una media de 5000 palabras para narrar pormenorizadamente y sin ningún tipo de pudor sus semanas del Erasmus. Hoy en día, el mero hecho de trabajar y poco más ya le supone un obstáculo para escribir unas pocas palabras cada viernes.

Con bastante resignación lo confirma mentalmente: se hace viejo, está perdiendo facultades y se está acomodando a la vida de la ley del mínimo esfuerzo. De un golpetazo, cierra la pantalla del ordenador, resopla, enciende la tele y se hace unas palomitas para ver el Barça – Sevilla. Ya si eso cuando las musas decidan volver a visitarle, o cuando se vuelva a ir de Erasmus, retomará el gusto por la escritura.

Un comentario sobre “10 años

  1. Hombre, Santiago, eso de que te estás haciendo viejo y que estás perdiendo facultades, con los años que tienes, es un auténtico insulto, sobre todo para los que tenemos muchos más años que tú. Te recuerdo que los expertos consideran que es entre los 30 y los 45 ó 50 años cuando el hombre (y la mujer) están en plenitud de facultades, tanto físicas como mentales y emocionales (véase el siguiente enlace https://salvadornunez.com/salud/cual-es-la-mejor-edad-del-hombre/). Porque eso de querer vivir continuamente en modo adolescente o pretender ser siempre es una solemne tontería. Y lo de acomodarse a la ley del mínimo esfuerzo también es signo de madurez, no lo dudes (ya sabes, lo de carpe diem o el dolce far niente). Así que ánimo y a seguir dándolo todo cuando te venga en gana y sin ponerte demasiadas obligaciones, pero no dejes de escribir, que lo sigues haciendo muy bien.

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