Apenas he salido de casa y ya me ando arrepintiendo de haber aceptado la invitación de mis compañeros de trabajo. Pero tras algo más de 2 años viviendo en Sevilla, ya no he podido eludir más los compromisos que socialmente estamos obligados a cumplir. Me he negado a pisar el descampado ese que una semana al año se llena de gente borracha, caballos y arena (o arbero, como ellos lo llaman y pronuncian). Así que he aprovechado las anteriores Ferias para organizarme los turnos en el trabajo con otros compañeros: ellos se cogían sus vacaciones mientras yo, que trabajaba más tranquilo que la mayoría de semanas del año en la oficina, asistía puntual y reservaba días libres para escapar a Albacete todo lo que podía.
Tras el incidente de mi primera Semana Santa en la capital de Andalucía de hace 2 años, intenté por todos los medios pedir el traslado a otra ciudad. Como no me lo concedían, amenacé con presentar mi dimisión, pero de alguna manera les debo de resultar valioso, porque mi jefa me aumentó el sueldo, me prometió que de aquí a 3 años se revisaría mi localización, y me dio un par de días libres para que me lo pensase. «Vete a la playita que ya veráh como con una servesita, er solesito y unah gambitah de Huerva se te pasa er mosqueo, miarma». Qué pesaditos con el dichoso miarma todo el Santo día en la boca. Malditos catetos sureños…ya venía yo calentito del altercado, notaba que mi jefa me miraba con gesto raro mi ojo morado, así que decidí relajarme, acepté los días de vacaciones gratis y tomé en ellos una decisión: mudarme del centro a otro barrio de Sevilla, y cogerme vacaciones cada vez que hubiese Semana Santa, Feria, Rocío, Corpus y el sursum corda, y no volver a pisar ninguno de los eventos folclóricos de los que tienen por aquí cada dos por tres.
Sin embargo, tras el primer año comprobé que sin pisar el centro cuando huele a incienso, y el barrio de Los Remedios cuando huele a mierda de caballo, todo perfecto. Así que mira tú por dónde hasta le empecé a ver sus puntos positivos y a aprovecharme de ellos. Pero esta vez, tras mucho insistirme todos, empezando por mi jefa, he tenido que cogerme un día de vacaciones y asistir con desgana a este despropósito de postureo y gasto desmesurado realizado por gente que el resto del año no gasta ni para pipas.
Como decía, salgo de casa y ya pienso «en qué estaría pensando». El sol es de justicia, el calor exagerado para la época del año, y encima me han exigido (tal cual, exigido) que vaya en traje y corbata. Tiene huevos, no voy ni a la oficina ningún día al año en traje y corbata, y hoy tengo que ponérmelo para ir a un sitio cuyo glamour consiste en unas tiendas de lona bajo un calor abrasador y sin buena ventilación y unas atracciones que emiten decibelios por encima de sus posibilidades. Me comentó un compañero que ya remataría la faena si le añadiese pañuelo en la solapa y tirantes, pero sinceramente me he negado en rotundo. Entro en la boca de metro porque según lo que he encontrado hay varias paradas que dejan al lado de la Feria, bajo las escaleras…y el horror. No cabe un alfiler, la plataforma está llena de gente de todas las edades, mujeres vestidas de flamenca con sus hijas vestidas de flamenca en carritos de bebé, hombres de traje, chavales jóvenes, personas mayores…un compendio de gente de todo tipo que aguardan a la llegada del siguiente metro que según los carteles informativos hará su entrada en 3 minutos. El estar solo me permite colocarme medianamente bien orientado, porque intuyo que allí va a haber jaleo a la hora de coger un asiento.
Asiento digo…cuando llega el metro, observo por las mamparas de cristal que separan el andén de las vías que va lleno hasta las trancas, y que de por sí dudo que nadie más pueda entrar allí. Efectivamente, las puertas se abre, no se baja absolutamente nadie y comienza a haber movimientos de la gente que estamos aguardando a encontrar nuestro hueco. Empiezo a oír quejas, rumores, personas que increpan desde dentro que no cabe nadie más y que no empujen, personas que increpan desde fuera que ellos han pagado su billete y que tienen derecho a entrar, hasta que los de seguridad, aguantando improperios varios de los que se quedan fuera, ponen orden y solicitan que se aguarde al siguiente metro. Pasan 2, 3 y hasta 4 vagones y todos con el mismo resultado. Observo que muchos de los que están esperando en el andén empiezan a desalojar resignados, saliendo a la calle para optar por otra forma de transporte. Como llevo ya 20 minutos esperando inútilmente en este zulo, veo que llego ya tarde e intuyo que la incompetencia sevillana en la gestión de los transportes públicos va a conseguir que no coja un metro de aquí al año que viene, decido hacer como muchos de los que veo y salirme fuera. Más de 2 euros de tarjeta y recarga para nada. Ya en la calle, junto con al menos otras 10 personas que hacen como yo, comienzo a buscar un taxi libre. Pasar pasan varios: todos ocupados. 5 minutos, 10…y de los que estamos allí sólo una pareja que se encontraba en uno de los extremos consigue adelantarse y coger el único libre que pasaba, con el mal fario lanzado por un señor que se encuentra a 2 metros de mí. Esto en Albacete no pasa. Comienzo a desesperarme realmente porque encima el sol no deja de apretar y estoy empezando a hiperventilar. Abro las aplicaciones de Cabify y Uber seguro de que tendré más suerte…por los cojones 33. “Está avanzando en la cola de espera” me sale en ambas herramientas durante 5 minutos sin que me acepte nadie el viaje. Esto empieza a parecerme de coña. Me habían avisado de que la Feria de Sevilla es privada, pero no de que la gente se tenga que buscar chóferes privados para llegar a ella. Resoplando y buscando una sombra que me cobije, llamo a mi jefa desesperado para contarle lo que ocurre, avisarla de que llego tarde y que me dé consejos sobre alternativas para llegar. Que no me preocupe miarma, que mucha gente se va al Prado de San Sebastián a coger un autobús especial para la Feria que deja en la Portada, y que en la Feria nadie llega puntual así que ya se me están pegando las costumbres sevillanas jejejé. Jejejé me cago en todo y ahora cómo llego yo al Prado, pienso para mis adentros. Me salva Google Maps y me indica que hay un autobús que lleva hasta allí, así que ando 2 minutos, lo cojo sin problemas, pago el billete reglamentario (otro euro y pico para las arcas de esta horrible ciudad a mi costa) y tras unos minutos de gloria donde consigo sentarme y disfrutar del aire acondicionado del bus me bajo en la última parada de la línea. Veo que han montado unas carpas a modo de caseta que sirven de sombra para entrar en el famoso autobús especial Feria, y que unas chicas reparten en la entrada unos abanicos de papel de promoción. Menos mal, algo que saben hacer bien esta gente. Sin esperar apenas cola, pago otro euro con setenta que me suena a sablazo y me subo a un autobús bien climatizado y con una organización que, dentro de lo que cabe, ni tan mal. Hora y media después de salir de mi casa, y tras un viaje lleno de tráfico donde asumo que voy a ser el último en llegar al punto de reunión (que se me hace menos eterno por estar sentado y fresquito, gracias a Dios), me bajo al lado del dichoso recinto con la portada esa de cartón piedra que cambian cada año de diseño gracias seguro al dinero que me he dejado en llegar. Cuando empiezo a andar dirección a la entrada, rodeado de una masa de gente que hace como yo, empiezo a orientarme y una horrible sensación me posee: hubiera tardado 25 minutos andando desde mi casa.
Hundido psicológicamente, asqueado, muerto de calor otra vez, y cansado sin haber siquiera entrado en el ferial, busco la calle y el número donde hemos quedado en un mapa que hay a la entrada. Compruebo que el mapa representa un entramado de calles más grande de lo que yo pensaba, todo lleno de nombres de toreros (o eso intuyo cuando reconozco al menos a un par que me suenan) y que la caseta donde supuestamente tengo que ir está casi en la otra punta del recinto. Todo sigue estupendamente bien, por lo que veo…
Sin más dilación comienzo a andar a paso ligero, aunque rápidamente las vicisitudes del entorno me impiden ir todo lo rápido que me gustaría: la marabunta de gente es dantesca, los adoquinados de la calle están llenos de caballos que esquivo para sobrevivir, las aceras llenas de gente sin dejar apenas paso para caminar, y todo ello con un ruido cuyos decibelios deben sobrepasar todas las normativas municipales. Grupos de gente bebiendo, cantando, bailando, música que sale de todas las casetas, grupos de flamenco en directo, muchísimo traje de gitana, muchísimo traje de chaqueta…y sol y calor como para declarar la alerta naranja. Comienzo a hiperventilar de pensar lo que me queda por atravesar hasta mi destino, y lo que me queda por sufrir hasta que mi acto de presencia se dé por concluido y pueda ahuecar el ala a mi querida casa alejada de este infierno. En un momento intentando cruzar una calle y, cauto de mí que intento no morir aplastado por una de las decenas de caballos que pasan, dejo de prestar atención al suelo. De repente soy consciente de que mi pie se ha apoyado no sobre un adoquín, sino sobre algo mucho más blando. Miro horrorizado al suelo y ahí está: una boñiga de caballo digna de la película Jurassic Park. Comienzo a maldecir y gesticular mientras zarandeo la pierna para intentar sacudir mi zapato derecho de mierda, y de repente oigo un grito de «oigausté» a mi izquierda, con el tiempo justo de levantar la mirada con pavor y observar que un coche tirado por 4 caballos se avecina peligrosamente hacia mí. Consigo evitar la muerte certera dando un par de saltos hacia delante, esquivando otra tanda de caballos que andan parados con sus jinetes al lado de la acera mientras estos beben (los jinetes, a los pobres caballos los tienen muertos de sed, que si estuviera PACMA por aquí no sé qué opinaría al respecto).
Con los bajos del pantalón llenos de gotas de una especie de barro amarillento, los zapatos hechos una auténtica calamidad y sudado hasta la raja del sedente, hago aparición en la puerta de la dichosa caseta de los huevos. A punto he estado de darme la vuelta y mandar a mis compañeros a tomar viento, pero justo mi jefa ha vuelto a llamarme para preguntarme si había conseguido llegar y con un tono cortante le he dicho que sí que estaba ya al lado. En la puerta, un señor vestido con traje de chaqueta negra y gafas de sol está tapando la entrada, e intuyo que eso forma parte de lo que me han explicado debe ser la famosa privacidad de la fiesta esta elitista que no deja que el resto de la humanidad que no sea de Sevilla disfrute de ella. Intento llamar a mi jefa varias veces sin resultado, hasta que ya me animo a preguntarle educadamente al portero. «¿María José Carmona? Sí hombre sí está al fondo creo, pase pase.» Me maravilla ver cómo con la de gente que hay en la caseta se puede acordar del nombre de mi jefa, a la cual visualizo bailando unas sevillanas con otra compañera en un lateral, lo cual explica que no oyera el teléfono claro. Comienzo a saludar de manera educada a todos los presentes, que compruebo son menos de la mitad porque hace 2 horas que habíamos quedado, y comienzo a recibir abrazos con muchas palmadas en la espalda y besos de ellas seguidos de «ay que te he pintao» y un restregón con el dedo pulgar por la mejilla para quitarme el pintalabios. Pregunto si el resto ya se han ido y un compañero responde riéndose «no si aún ni han llegao» mientras me pone un catavino en la mano y me echa de una jarra que hay encima de una mesa que el grupo tiene apropiada. Pruebo el famoso rebujito y para mi sorpresa, está dulce y fresco, y aquello tiene pinta de todo menos de ser una bomba de relojería como me habían vaticinado. Me uno a la conversación mientras pico de platos que van pasándose entre todos. Si no fuera por la maldita música de sevillanas que literalmente no para de sonar en los altavoces, diría que dentro de lo que cabe tampoco está mal aquello. Aunque desde luego las mesas de madera con manteles de papel llenos de churretones de fritanga, las barras metálicas con publicidad de lo que ellos llaman cerveza Cruzcampo, y los mejornodescribo baños del fondo de la caseta que tengo que visitar por desgracia en un momento dado para evacuar la vejiga le quitan bastante glamour al asunto, y eso que allí quien más y quien menos (también) tiene puestas sus mejores galas: todos mis compañeros van en traje de chaqueta y corbata, y todas ellas menos una van con traje de flamenca, y la que no lo lleva, si me dicen que va a una boda me lo creo.
La tarde va pasando y de momento voy consiguiendo esquivar las proposiciones de unas y otras de bailar sevillanas, junto con los ánimos jocosos de mis malditos compañeros a que me arranque. Les digo que luego luego mientras pienso en la bomba de humo que pienso hacer en cuanto tenga ocasión. Llevo un rato sentado cerca de un ventilador, picando y bebiendo el agüita ese con manzanilla de Sanlúcar que sólo beben en esta época del año, y se me ha ido pasando el tiempo charlando y observando el panorama. Han ido apareciendo el resto de integrantes, aunque en ningún momento conseguimos estar al completo todos los convocados: algunos se han ido antes diciendo que iban a ver a unos amigos un ratito en otra caseta y que luego volvían…pero ha pasado un buen RATO y aquí no ha vuelto ninguno de ellos. Empiezo a pensar que a lo mejor esa es la frase clave para hacer bomba de humo en esta fiesta, y para cuando estoy a punto de animarme a decirla mi jefa dice que nos cambiamos de caseta, que vamos a la de un primo suyo que toca «grupito de flamenquito a las 8″. Me levanto para pagar y adiós: me da vueltas todo de repente. Ostia vaya mareo, tú. La mierda esa que me han dado de beber sube más de lo que pensaba y de repente no sé cómo me han arrastrado fuera de la caseta, voy andando con un vaso de cubata en la mano que no sé quién me ha dado y por qué me han dejado sacarlo a la calle, y yo no recuerdo haber pagado nada ni quién lo ha hecho. No tengo ni tiempo a calcular la roncha que deberé a quien sea ni a preguntar por las cuentas con tanto bullicio, esquivando esta vez camiones de limpieza que no paran de poner perdido de agua el suelo limpiando, con las luces que ya están encendidas mientras atardece, y a mí se me está haciendo bola todo pero…pero coño, que me lo estoy pasando bien y hasta me estoy riendo. El problema es que empiezo a vivir en un nubarrón que no sé cómo salir de él: todo empieza a estar borroso, yo estoy en una caseta donde el sonido ambiente se eleva con el grupo que toca, una compañera consigue convencerme y hago una especie de baile mezcla de jota aragonesa con break dance en lugar de sevillanas, lo cual parece ser que causa bastante gracia a mi alrededor y escucho por ahí que soy «el gitanito de Albacete», apodo del que me entero cuando un grupo de 4 chicas (muy guapas o eso me lo parece, todo hay que decirlo) me invitan a una jarra de rebujito y a charlar con ellas en la barra. Prrrffff uy la de los ojos verdes cómo me mira…mmmadre bía…ufff el baño a ver que igual…
Caldo. Alguien me está dando una tacita de caldo y echándome agüita por el cuello. Ese alguien, para mi sorpresa, no es ni mi jefa ni ninguno de mis compañeros, que según oigo de lo que me parece lejísimos se han ido hace a un rato mientras decían «te dejamos en buenas manos, ¡artista!». La chica de los ojos verdes que se llama…esto…bueno, la del traje de flamenca rojo…bueno, no es la única, pero es ELLA vosotros me entendéis, es quien me cuida. Le sonrío y le agradezco que esté cuidando de mí y que no recuerdo muy bien qué haber hecho y qué haber dicho en los últimos minutos. Se ríe y me dice que mis amigos se fueron hace 2 horas, osea que voy listo. Dios mío, pero qué hora es que yo mañana tengo que trabajar. Las 2 de la mañana, me dice. Se me debe notar en la cara cuando me pongo aún más blanco, pero me despido como puedo de la chica de los ojos verdes, le doy un beso en la mejilla y salgo corriendo buscando la salida de este sinsentido.
Si es que al final me han engañado con tanto alcohol y tanta zalamería, debería haberlo visto venir…sólo de pensar que tengo que llegar a casa con este cuerpo, dormir unas 4 horas, la resaca de mañana…se me está quedando un mal cuerpo peor del que ya tengo, así que esquivando la cantidad de gente que sigue habiendo todavía por las calles del recinto voy buscando un taxi. Empiezo a ver que para una de las salidas hay una aglomeración de gente que debe ser la cola de taxis, aunque me parece demasiado exagerada incluso para los comentarios que me habían soltado antes de venir. Veo mucha policía y luz azul, e intuyendo que habrá sido una pelea de alguno de estos desalmados giro por otra calle para buscar otra salida. Nada, mismo panorama. Empiezo a estar desesperado, así que me acerco al bullicio y descubro que la gente está un poco nerviosa. «¡Que nos encierran! ¡Cuarenta!». Me paro en seco mientras empiezo a hiperventilar, mientras una avalancha de gente empieza a correr hacia mí con cara desesperada. Recibo el primer empujón que me tira al suelo, y lo último que veo antes de taparme la cabeza con los brazos son las luces de la Feria apagarse y a una persona gritar «¡coronavirus!»
***
– Aquí Charo Padilla, retransmitiendo para Canal Sur Radio en directo, desde las afueras del recinto Ferial que se ha llevado nada más y nada menos que 14 días cerrado sin dejar salir ni entras a nadie más que suministros básicos, medicinas y personal médico. Desde que hace dos semanas se detectaran hasta 5 casos de positivo en coronavirus de personas que habían estado ese mismo día en la Feria, una orden municipal decretaba el aislamiento de todos los asistentes a la Feria durante 14 días seguidos. Algunos dirán que más hubieran querido poder disfrutar de sus 14 días obligados de Feria, pero la realidad es que no todo el mundo ha disfrutado de esta cuarentena. A ver este hombre por ejemplo que sale después de haber dado negativo en la prueba y lleva mala cara. Disculpe, ¿cómo se llama?
– José Luis, José Luis Sánchez.¿Y de dónde es usted, José Luis?
– De Albacete y llevo aquí ya más de 2 años que se me están haciendo eternos. Me vuelvo para mi ciudad.
– Vaya por Dios, ¿y cómo dice usted esto?
– ¿Que por qué lo digo? ¿QUE POR QUÉ LO DIGO? Mire, pase que me insulten en la Semana Santa, que tenga que aguantar este calor perpetuo incomodísimo que no deja dormir ni una puñetera noche, las bromitas de cada camarero que se hace el graciosete de la ciudad, el aeropuerto de mierda que tenéis aquí que no tiene tamaño ni para una aldea perdida de Galicia, o el postureo continuo de una ciudad con aspiraciones que más bien es un pueblo grande. Pero esto ya ha sido el colmo. Esta Feria…este esperpento aguantado 14 días…14 días sin beber otra cosa que no fuera rebujito, pis de gato o ron con coca cola. 14 días comiendo fritos y tortilla de patatas sin parar. 14 días sin parar de oír las mismas sevillanas que ya me sé de memoria, y el mismo Paquito el chocolatero para cerrar la puta noche de fiesta. 14 días llevando el mismo traje de chaqueta, y 14 días manchándolo pisando tierra. Tengo los pies destrozados, el hígado me va a reventar, el colesterol tiene que superar al de Jesús Gil, y creo que he incubado un mareo crónico de tanto dar vueltas en la cuarta sevillana una vez tras otra. A esto no hay derecho, mire usté. Y encima tengo que aguantar a todo el mundo a mi alrededor disfrutando de la situación, encantados y pasándoselo en grande como si fueran las mejores vacaciones de su vida. En cuarentena, señora, en cuarentena y disfrutando. ¿Cuándo se ha visto eso? Y ya para más inri el tío que más parecía que disfrutaba de la Feria no va hace un rato y se ata con la corbata a la puerta de la caseta diciendo que no se quiere ir, que le dejen ahí para siempre, mientras repartía tarjetas de visita a toda la que se avecinaba para consolarle. ¿Es que le parece a usted eso de personas normales? Estos sevillanos están locos y ahí se quedan con su esquizofrenía y tó la ciudad pa ellos en cuarentena. Ojú que me habéis pegao el acento, ¡cagoentó!