Volver a empezar, otra vez.
Volver a estrenar zapatos y libros.
Volver a encontrar los viejos amigos.
Y juntos volver…a empezaaar.
A Mónica le recorrió un escalofrío por toda la columna cuando oyó esa cuña publicitaria por la radio. La había oído más veces en los días anteriores, pero claro, cuando se oye con una cerveza en el chiringuito o a punto de entrar en fase rem con la voz de Carlos de Andrés y Perico Delgado retransmitiendo la etapa correspondiente de la Vuelta a España de fondo y el rumor de las olas de playa entrando por la ventana junto con una ligera brisa estival, pues hombre, una se lo toma con otra filosofía.
Pero esta vez era diferente. Esta vez estaba apurando el café en su casa en el día 1 del curso escolar. Y ya no eran claustros de profesores o preparaciones de clases lo que le esperaban por la mañana, ojalá. Eran 25 nuevos alumnos, multiplicados por no recordaba cuántas clases, con energías cargadas tras las vacaciones y con muchas, demasiadas ganas, de hacerle la vida imposible. Porque eso lo tenía muy claro tras sus más de 15 años de experiencia: los alumnos no iban al instituto a aprender con las mentes abiertas y ávidos de conocimiento, sino que los alumnos iban al instituto a gamberrear, faltarle el respeto al profesor, y a esparcir sus hormonas de la edad del pavo por doquier. Así que cuando empezó a oír el anuncio que ya conocía con esa musiquilla tan recalcitrante y esas voces de niños que bien podrían estar en una película de Chicho Ibáñez Serrador, tembló y derramó parte del café que quedaba sobre la alfombra del salón. Primera trastada de sus pupilos y ni siquiera les había conocido, genial. Antes de salir de casa, miró unos segundos hacia la caja que tenía medianamente escondida en una repisa, dudando. Hoy no, se dijo para sí. Todavía no.
Entró saludando a varios compañeros. Sabía disimular una buena sonrisa, pero notaba perfectamente que la de hoy le salía nerviosa y exageradamente forzada. Ya había niños que estaban andando, charlando, riendo, dándose empujones. Más bajos, descaradamente altos, con pelusilla recién iniciada en el bigote o con barba de adulto. No quería mirar directamente a ninguno a la cara, así que iba esquivando mirando ligeramente al suelo. Recibió un saludo de un compañero, y cuando levantó la cabeza para ver quién era, se despistó en su trazado y chocó con un chaval que no llegaría a 15 años.
Pavor. Horror.
– Disculpe profesora, me he metido en su camino. ¿Está usted bien?
¿Cómo?
Se quedó aletargada mirando aquellos ojos que la observaban preocupados, además sin chispa de sarcasmo. Como tardaba en contestar, el chico insistió:
– De verdad que lo siento, no quería molestarla, iré con más cuidado la próxima vez. ¿De verdad está usted bien, no se ha hecho daño?
Insólito. Por fin, consiguió balbucear:
– Eh…sí sí, tranquilo, sigue hacia tu clase.
– Por supuesto, descuide, a eso iba. No quiero llegar tarde el primer día.
No daba crédito. Bueno, le había tocado un chico educado. Empezamos bien. Dando zancadas llegó a la sala de profesores, soltó a toda prisa las cosas en su taquilla, y se dispuso, tras suspirar, a ver qué clase le tocaba a primera hora hoy. Segundo de ESO. Uf, el curso que más odiaba. Esos vienen ya sin el miedo de entrar en el instituto y se las saben todas del primer año. Y encima habrá algún repetidor, que eran los peores.
– Oye Juan, ¿tú sabes si en la clase de 2ºB hay algún repetidor?
– ¿Repetidor? ¿Cómo que repetidor? ¿A qué te refieres?
Mónica le miró incrédulo, con cara de guasa, pero en la cara de Juan no había atisbo de risa, sino más bien una confusión tremenda. Antes que le diera tiempo a contestarle, llamaron a Juan por detrás y se tuvo que ir, excusándose previamente.
Antes de entrar en el aula, se paró en el pasillo unos segundos con los libros y su cuaderno de notas en la mano. Miró al techo, suspiró y enfiló hacia la puerta de la clase. Mientras se iba acercando, observó sorprendida que no había alumnos fuera como siempre había, ni salía de dentro ningún estruendo atronador de gritos y risas, sino sólo un leve rumor de algunas conversaciones en voz normal. Dio unos tímidos pasos dentro del aula, intentando averiguar si ocurría algo, no fuera a ser que la estuvieran esperando con una broma pesada. Varios alumnos la vieron entrar, avisaron en voz baja a sus compañeros y, tras escasos 10 segundos, todos absolutamente todos estaban sentados. Y lo que es peor, callados.
Imposible. Se quedó perpleja. Avanzó con pasos vacilantes hacia el escritorio al frente del aula, sin dejar de mirar incrédula a su audiencia, que la observaban callados con gesto atento. Ella se olió la tostada, así que antes de depositar nada en la mesa y mucho menos sentarse, dio una vuelta de reconocimiento a la mesa, no fuera a ser que tuviera alguna bolsa con mierda de perro, pintura o alguna chincheta en el asiento. Nada, absolutamente todo en orden. Se fijó de nuevo en los alumnos, cuyas caras ya empezaban a recoger cierta extrañeza, y algunos intercambiaban miradas de duda. Pero ni un cuchicheo, ni un ruido. Silencio.
Depositó las cosas en su sitio y decidió armarse de valor y comenzar a hablar. El típico buenos días a todos, bienvenidos a este nuevo curso escolar, mi nombre es Mónica Fernández y voy a ser vuestra profesora de matemáticas este curso.
Un sonoro y uniforme «buenos días, Mónica» se oyó en toda la clase, como si estuviera casi ensayado. Se le pusieron los pelos de punta. ¿Esto era alguna especie de broma? Seguía sin creerse qué estaba ocurriendo, pero decidió seguir con el discurso que se tenía memorizado de cómo iba a ser la evaluación trimestral y anual, los tipos de exámenes, el material necesario…ninguna interrupción, todos tomando nota, atentos como si les fuera la vida en ello. Terminó su relato mucho antes de lo que pensaba, pues había calculado broncas, bromas, de todo, y de pronto se encontraba con la mitad de la clase sin nada que hacer. En ese momento, levantó la mano una alumna salvadora.
– Profesora Mónica, ¿no va a pasar lista para ver si estamos todos?
Ostia puta. Hasta le acababan de recordar lo básico y ni siquiera había habido un ápice de queja por ninguno de sus compañeros.
– Ay sí disculpad, que se me ha pasado. A ver, Rubén Álvarez…Patricia Bermúdez…Rosalía Calleja…
Siguió la lista de 25 alumnos hasta el final, con sus correspondientes «presente» seguidos de cada nombre, sin que hubiera ninguna falta. Al final, cuando pensó que había terminado, se dio cuenta de que había una fila 26, cuyo nombre le hizo conmocionar.
– Esto debe de ser una broma…
Estaba leyendo su nombre y apellidos al final de la lista. Levantó la vista y de repente se vio allí, sentada al fondo, en una esquina, de niña. El corazón le dio un vuelvo y le empezó a faltar el aire. Ella misma se estaba mirando a través de un bucle espacio-temporal que desconocía cómo había sucedido, y no lo descubrió porque del susto se despertó de la pesadilla de golpe.
Temblando, sudando y faltándole el aire. Y mucho, tanto que se levantó nerviosa de la cama. Le estaba dando un ataque de ansiedad. Se fue el salón en shock como pudo y encendió la tele, que era lo que le relajaba cuando le daban los ataques.
Volver a empezar, otra vez…
EL PUTO ANUNCIO. No pudo más. Miró a la caja de la repisa, la abrió, sacó la pistola heredada de su abuelo, apuntó…y descargó todas las balas sobre la televisión. El ataque de ansiedad se vio de súbito sustituido por júbilo, éxtasis, adrenalina, y un ataque de risa nerviosa y malévola que no podía parar. Se quedó así varios minutos, riendo a carcajada limpia, haciendo aspavientos, y pensando que quizá en ese primer día de vuelta al cole sería buena idea llevar en el bolso la pistola cargada. Por si acaso.
Soy mamá. Nunca tuve esa sensacion pero ganas de asesinar a alguno si me daban. 😈
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Me lo creo mamá, me lo creo.
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Con esto del viaje por las dos Castillas, Navarra y Vitoria-Gasteiz se me había olvidado leer esta entrada, Santiago. Menos mal que a mí nunca me entraron ni esas pesadillas ni ansiedad alguna, aunque las ganas de asesinar, aunque sólo fuera metafóricamente, a algún alumno no creas que no se me pasó por la cabeza. Tú hubieras sido un buen docente, seguro, una pena que tu padre y tu madre no te hayamos sabido llevar por ese camino. Me ha gustado mucho.
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Hombre me extrañaba a mí que no hubiera un comentario de mi padre en este post. Me alegra que te haya gustado la entrada y que no asesinaras a nadie en su momento.
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