Aunque recientemente me ha costado terminarme uno de sus libros, «Memorial del convento», el cual compré hace unos años en la famosa librería Lello de Oporto, siempre que me preguntan digo que uno de mis escritores favoritos es José Saramago. Quizá pueda resultar algo densa su escritura, pero la forma que tenía de narrar las conversaciones me parece originalísima, y el fondo filosófico, político y social que hay detrás de cada una de sus novelas es simplemente fascinante.
Uno de sus títulos más conocidos es «Ensayo sobre la lucidez», que cuenta la historia de una ciudad que en unas elecciones sale a votar en masa, y que dicha masa decide votar, casi de manera unánime, en blanco. Sin hacer demasiado spoiler por si no os lo habéis leído, el libro cuenta cómo se decide repetir las elecciones, y al acabar la siguiente votación con mayor porcentaje de votos en blanco, la crisis política se desata, con todos los alicientes que Saramago puede meterle a una historia así.
Para un autor que dejó boquiabiertos a muchos lectores (como yo) con relatos sobre una sociedad que empezaba a sufrir una epidemia de ceguera blanca, o sobre una península ibérica que se desquebrajaba del resto de Europa y comenzaba a viajar a la deriva por el Atlántico, o sobre una persona que encontraba a su hombre duplicado, el escribir un relato sobre una sociedad que decide de manera autónoma, y sin un movimiento político o social detrás que lo azuce, votar masivamente en blanco, podría ser el menos fantasioso de todos. ¿No?
Permitidme que discrepe.
Salvando las distancias más que evidentes, intentaré hacer un pequeño “ensayo” como hizo él, a ver qué ocurre. Hagamos entre todos un ejercicio de imaginación, que siempre es bueno activar la mente divagando. Podríamos empezar suponiendo que estamos ya en este domingo, pero eso es relativamente fácil al quedar sólo 2 días. Vayamos un poco más atrás, a una franja de tiempo indeterminada previa a unas elecciones. Tenemos delante una sociedad que impulsa el conocimiento político desde la enseñanza obligatoria, primaria o secundaria, supongamos. Esa sociedad, ávida de conocimiento, se informa diariamente por las decisiones y actos que realizan sus representantes políticos, sean del signo que sean. Esa sociedad, y cuando digo esa sociedad hablo de la plenitud de ella, debate en todas las esferas (a nivel de enseñanza, institutos y Universidades, medios de comunicación, eventos sociales, en cualquier lugar) sobre política y las consecuencias que las decisiones que se toman en ella tienen en todos los ámbitos. Pero no debate a nivel cuñadismo, no, debate con conocimiento de causa, informándose de lo que habla, sin prejuzgar ideas y sin que haya detrás un abanderamiento de ningún partido político desde que se tiene uso de razón hasta que se muere uno. Esa sociedad además, en la medida de sus posibilidades, se involucra políticamente, haciendo de manera activa todo aquello que está en su mano para participar del juego político (manifestaciones, asambleas de barrio, mítines, etc).
El tiempo pasa y se convocan unas elecciones. Inmediatamente todos los votantes pasan a seguir la precampaña, a leerse los programas electorales, comparando ideas y propuestas, a escuchar a los candidatos y candidatas, ver los debates electorales y contrastar las promesas de todos con sus actos en el pasado. El día de las elecciones, todo el mundo sale en masa a los colegios. Jóvenes, adultos, mayores, personas necesitadas con asistencia. Hay un 80% de participación, un 90, o por qué no puestos que para eso es mi ensayo, un 100% de participación. No hay un alma facultada para votar que no lo haga, y quien lo hace ejerce un voto consciente, sin ataduras y racional, sin amores pasionales a un partido en concreto porque sí. Cuando termina el recuento, el resultado arroja la decisión mayoritaria del pueblo. Todo el mundo ha tenido su derecho a votar y todo el mundo lo ha ejercido, por lo que no queda resquicio de duda. A partir de ahí, la rueda anterior sigue girando año tras año, elección tras elección, y los políticos se ven obligados a un esfuerzo continuado de contentar a una sociedad que va a mirar con lupa todo lo que dicen y, sobre todo, todo lo que hacen.
Tras estos dos párrafos de ensayo, os pregunto: ¿veis esto más real que de repente todas las personas que habitamos este Planeta nos empezáramos a quedar ciegos? ¿O es que acaso esa fantasía de ceguera realmente ya está instaurada en la sociedad, pero de otra forma?
Cuando estaba en el instituto en Sevilla, un día me tocó un aula donde, uno de los primeros días, me fijé que tenía una pintada en un hueco del techo. En la misma se podía leer “no interesarte en política es no interesarte en conocer a quién decidirá por ti”. Recuerdo que aquella reflexión, escrita por vete tú a saber si un alumno o un profesor que quisiera despertar la curiosidad política de sus alumnos, desde luego marcó para mí un punto y aparte.
Si has llegado hasta aquí, sólo te pido que te hagas una última pregunta, al estilo de qué fue antes, si el huevo o la gallina: ¿tenemos unos políticos incompetentes y por eso la mayoría de la gente pasa de la política, o la gente pasa de la política y por eso tenemos unos políticos incompetentes?
Feliz fin de semana, feliz domingo electoral, y vota coño, vota lo que te salga del coño, pero vota.
Me encanta el libro de Saramago y tu ensayo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias! ¡Un beso!
Me gustaMe gusta
No sé si el CIS habrá hecho alguna vez la pregunta ¿Se lee usted los programas de los partidos políticos? o ¿Vota usted en función de simpatías o antipatías personales? o esta otra ¿Vota usted con el corazón o con la cabeza?
Buen artículo, Santiago. Y si es capaz de conseguir que algunas personas más vayan a votar, mucho mejor.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Se lo podrías plantear al CIS a ver qué opina. En cualquier caso, ¡gracias por el comentario! Un abrazo
Me gustaMe gusta