Voy a ser valiente y hacer una autocrítica. Voy a intentar expresarlo todo aquí, aunque lluevan piedras, porque no hay colisión ni ley ni gravedad que me pueda hacer caer aunque tiren a dar. ¿Sabéis por qué? Porque los días están contados, ya no hay más que temer, y tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder. Y mientras desnudo el ruido de mi mente, saber que muchos estáis ahí me hace más fuerte.
Vivo mi vida colgado en puntos suspensivos, en una historia que se repite como las olas y su envite, como el sorteo en Navidad. Aunque bueno claro, siendo justos, aquí sálvese quien pueda. Porque parece que todos estamos en un punto sin retorno, como si estuviéramos siguiendo un sedal sin fuel para regresar. Vivimos por el día encerrados en jaulas de cemento y aprendiendo del león, pero por la noche atrapamos corazones asfixiados, y machacamos nuestros cuerpos prietos por un sueño de cartón. Pasamos por aquí queriendo olvidar nuestra condición de marionetas, y no somos más que un artista más en el festival de la paciencia. Aunque no quiero engañar a nadie, pero yo prefiero vivir mi vida en la playa y con honores, enterrando los relojes y haciendo cada día un funeral por el despertador.
Hablando de mí, ¿cómo he llegado aquí? Pues como Alicia sin ciudad, siguiendo baldosas amarillas, y como todos los demás probablemente, voy andando cual funambulista impasible leyendo en braille los pasos del siguiente mortal. Voy corriendo porque nunca me enseñaron a andar. Pero no debería preocuparme, porque aunque no tenga mapas que seguir, sé que cada error en cada intersección no es un paso atrás, sino que es un paso más. Y además, ¿quién quiere curarse si aún no ha sido herido?
En el camino recorrido, todo tipo de momentos. Días buenos, días malos y días raros. He viajado a lomo de la lava de un volcán, esclavo de su urgencia y su velocidad. Mientras tanto, la marea me ha dejado unas conchas sin nombre con las que un niño ha hecho un collar de un alfabeto que no entiende el hombre. Crisis, guerras y ausencia de muchos valores, y es como si no hubiera timón en esta deriva. Y yo me pregunto, ¿qué vamos a hacer para no charlar de cuando éramos grandes y no sirvió para nada? Nos han vendido fuego, pero maldita sea, ¿quién quiere guardarse si no existe enemigo? ¿O quién quiere ocultarse de lo desconocido? Menos mal que aún nos queda garganta, puño y pies para luchar contra las cartas de amor del banco y hacer de la cuesta de enero nuestra rampa de lanzamiento.
De entre muchas experiencias, apareció ella. Yo no paraba de hablarle de ruina y espina, de polvo y herida, y de mi miedo a las alturas. Le hablaba de todo menos del tiempo que se nos escurría entre los dedos…maldita dulzura la mía. Lo que no me di cuenta en su momento es que estaba siguiendo la zanahoria con su aliento detrás. En los peores momentos le decía «tú guarda la fe, yo encuentro el milagro». Pero descubrimos ya al final que las palabras que no existían eran las que nos podían salvar. Así que todo acabó, ella se llevó la solución, y yo me quedé el interrogante. Aunque es posible que nos hayamos echado tanto de menos que nos haya dado por despegar en avenidas de pegamento clavados por las rodillas.
Y al poco vino otra. Al principio yo escogí la ambigüedad, ella el fantasma y lo real, todo en el mismo barco. Y poco después las tornas se cambiaron y apareció la mosca en mi pared. Comencé a ver demasiado a menudo discutir al Yin y al Yan y apuñalarse por detrás. Aún así intenté cuadrar el círculo de aquella obsesión, asumiendo que rendirme no era una opción. Te convertiste en mi villano honrado en quien creer. Fuiste la Venus de Milo y yo puse mi mundo en tus brazos. Hiciste de aquella farsa tu comedia y te hiciste fuerte en la viñeta donde no quería entrar yo…pero entré, nos convertimos en Aracne y Atenea, y el hombre del saco dejó un legado dramático. Bastaba un gatillo, una mecha, un plan, y ya podíamos contar con las palabras incendiarias del otro. Al final no fuiste tú, sino tu forma de hacerme caer y tu nombre cantado al revés lo que me mató. Pero ojo, porque aunque pueda ser fácil de engañar, también puedo joder y encantar al mismo tiempo.
Ahora en la capital, me doy cuenta de que estamos todos en el mismo sitio, pero en distinto lugar. Sé que en cualquier momento puede aparecer la próxima piedra que reviente mi motor o el típico golpe que no encajo. Pero si llega ese día, sabré que todo el mundo necesita un abrigo en la mañana hostil, alguien cerca a quien llamar «papá», o «mamá», o «hermana», o «familia», o «amigos»…y me sobran gracias a mi suerte. Espero que San Juan no nos queme a ninguno en su hoguera, haciendo de esto un negocio menor.
Y aquí estoy, escribiendo esto. Llevo días sin buscar a nadie, solamente buscándome yo, sin querer pensar en Madrid ni en su reloj. Todo para terminar dándome cuenta que, en realidad, dejarse llevar suena demasiado bien, al igual que jugar al azar sin saber dónde puedo terminar o empezar. Va pasando el tiempo mientras brindo junto con vivos y con muertos por un año más, o por un año menos. Pero estoy tranquilo: ya llegará lo del cementerio, que sólo entonces lo mismo será que no serlo, y mientras tanto sigo girando como un lazo en un ventilador. Y hasta que cada recuerdo sea un desertor y entonemos la sonata fantasma, deseadme suerte. Porque de momento es pronto para la amnesia y tarde para irnos intactos. El futuro está vestido con el traje nuevo del Emperador, y aún nos quedan muchos más regalos por abrir, y cometas que al girar descubren un festín. Nos queda mucho más que hacer que ver en la televisión como el mundo se acaba. Nos quedan años por quemar, nos quedará la duda si hoy la función no se acaba. Porque en la Roma o en San Telmo, en Parla o en Malasaña, se acuesta la misma historia soñando con ser soñada.
Vida, sólo hay una y un sentido para darle. Muerte, «tan segura de que va a atraparte, que una vida de ventaja va a dejarte».
Muy buen escrito, me gusta lo que transmite
Me gustaLe gusta a 1 persona
Todo os pasa porque pasáis media vida huyendo de la realidad. Aquélla se reduce a dos:
1. tener hijos para que, al menos, os paguen la pensión. 2. Tener una buena hipoteca.
Me gustaLe gusta a 1 persona