13 de octubre de 2017.
Ayer fue el primer día que he estado en Madrid durante la celebración del día de la Hispanidad…o día de la Fiesta Nacional, de la Patria, de España, de la Bandera…en fin, como cada uno quiera llamarlo. Es curioso que la forma de celebrar un día así por parte de un andaluz sea estar en casa trabajando. Para que luego digan.
El caso es que estando yo intentando concentrarme en lo mío, empiezo a escuchar cañonazos y claro, así no se puede. Así que me enfundé las banderas y me bajé a la calle. ¿Banderas, en plural? Sí, en plural. Bajé con la Republicana y la del Barça y me fui a un bar ultra del Real Madrid donde estaban siguiendo el desfile por la televisión. Y cuando acabó la función, saqué la de España y me fui a la sucursal de la CUP en Madrid. Qué show. Teníais que ver las caras de todos.
Ahora no tengo nada mejor que hacer desde el hospital que escribir estas líneas, pero como le tengo que dictar esto a la enfermera porque tengo todo el cuerpo escayolado, intentaré ser breve (((menos mal que la enfermera no me conoce y no sabe lo que le espera))).
Honestamente ayer se cebaron conmigo de lo lindo, oye, y que yo sepa no estaba haciendo nada malo, sólo portar unos símbolos. ¿Qué mal estaba haciendo a nadie? No sé, llamadme loco pero en este país cada día es más frecuente que la peña señale ciertos símbolos con el dedo y critique a los que los portan. El que lleva la de España es un facha y el que lleva la Republicana un rojo de mierda. Hace unos pocos años, sacar a la calle la bandera catalana era para muchos ser un independentista. Hoy, muchos otros increparán al que la porta: como no lleva la estrella es estar del lado del Estado opresor y una ofensa para el pueblo catalán. Ojú niño qué follón.
Y todo por quedarnos en lo superficial de los símbolos. Si tuviéramos un poco más de altura de miras y nos parásemos a ver qué hay detrás de ellos, podríamos ver que, a lo mejor, detrás del que porta la bandera de España puede haber un votante de Podemos que no se siente republicano, aunque quiera que en su país se vuelva a votar una Constitución que ponga encima de la mesa la forma de Jefatura de Estado. Y que detrás de la Republicana hay una persona que se siente de derechas pero no quiere ver a la Monarquía ni en pintura. Puede darse el caso igualmente de que si rascamos, veamos que el que se enfundaba la bandera catalana hace unos años se sentía tan catalán como español al mismo tiempo, sin que se viera en necesidad de elegir. Y que años más tarde, esa misma persona tras años de que le hayan tocado mucho los cojones, porte la estelada y oye, si le preguntamos a lo mejor no hay demagogias ni despotismo, no es que crea que España le robe, ni que quiera la pela para él porque no quiere repartirla con nadie, ni tampoco es que se quiera librar del Estado opresor: simple y llanamente no se siente español, quiere vivir en un Estado catalán independiente y quiere poder decidirlo en las urnas. Sin más. Sin florituras ni necesidad de argumentos adicionales. Y además es buena gente el chiquillo, oye.
Pero claro, para ello todos tendríamos que quitarnos las gafas con las que solemos ver la realidad, y que por desgracia suelen ser unas gafas cargadas de tópicos, prejuicios y, cada vez más, odio hacia los símbolos diferentes a aquellos con los que nos sentimos identificados. Con lo fácil que sería: oye, tú porta el símbolo que te dé la gana que yo no me voy a enfadar si tú no te enfadas con el que me dé a mí la gana sacar. Y si queremos arreglar nuestras diferencias, vamos a tomarnos una cervecita al bar y debatimos de lo que haga falta. Estas últimas semanas, en cambio, ha habido de todo menos cervecitas en un bar. Referéndums ilegales, palos, agresiones, manifestaciones de un color y de otro, cánticos desafortunados, choque de trenes, muros infranqueables, DUI (que no DIU) suspendidas. Y símbolos, muchos símbolos.
Pero hoy ya es 13 de octubre de 2017, e irónicamente es viernes 13. Ya ha pasado la Diada, el referéndum, las sesiones supuestamente históricas del Parlament y el Día de la Hispanidad. Y si no queremos que el año que viene por estas mismas fechas no tengamos motivos de celebración ni unos ni otros, mejor dejar de atarnos tan fuertemente a los símbolos, y vamos a intentar ahondar en lo que verdaderamente importa: vámonos al bar a debatir. Al bar, al Parlamento, a la Moncloa, a la calle, a donde sea. Pero a debatir. Que no sabemos cuándo puede ser la última oportunidad, pero quién sabe si no será ésta.