Muy pero que muy buenos días, gatos!!!
Pues a lo tonto a lo tonto llevo 4 meses en Madrid. O lo que es lo mismo, un tercio de año. O sintiéndome nostálgico, un cuatrimestre universitario de esos de los que no nos salvaba ni la quincuagésima convocatoria de gracia.
Aunque es cierto que en estos 4 meses casi no he parado quieto entre viajes de hombre de negocios internacionales que soy, Semanas Santas y Ferias, la verdad es que poco a poco me voy haciendo a la ciudad.
Por ejemplo, ya he captado que cuando uno entra en el metro tiene que poner rictus serio, y tirar del móvil con el candy crush, o de libro si tus niveles intelectual y postureil te lo permiten. Los guiris borrachos haciendo botellón en el metro a las 12 de la noche son admisibles, pero como el menda lleve una lata de cerveza ojito a la multa. Toda persona que sonría será tildada de foráneo, y lo máximo admitido serán parejas de amigos charlando sobre el partido del fin de semana. Por cierto, a esos chavales les pararía un momento a pedirles por favor que dejen de sacar pecho con el Bicho, Isco y Ramos, y les preguntaría si saben por qué el metro de Madrid va por la izquierda y no por la derecha, como circulan todos los vehículos, trenes y metros en el resto de España. Como me mirarían con cara de incrédulos, tendría que contarles yo la historia.
Nos remontamos a octubre de 1919, cuando el Rey Alfonso XIII inauguró la primera línea de metro en Madrid (entre Puerta del Sol y Cuatro Caminos). Aquí la historia tiene dos bifurcaciones: la primera, la que cuenta que en aquel entonces los que diseñaron el metro se basaron en el más antiguo del mundo, el de Londres, que circulaba por la izquierda. La segunda, la que dice que simplemente pusieron el metro a circular en el mismo sentido que aquellos días circulaban todos los vehículos de la ciudad. ¿Y qué vehículos circulaban aquellos días por la ciudad? Pues los mismos que en Londres, que fueron los que también hicieron que circulara su metro por la izquierda: los coches de caballos. ¿Y por qué los coches de caballos circulaban por la izquierda? CHAN CHAN, HE AHÍ EL QUID. Pues porque antiguamente los cocheros llevaban las riendas con la mano izquierda y con la derecha los látigos para fustigar a los caballos. Si hubieran ido por el lado derecho, a los pobres peatones que iban por las aceras les hubieran caído unos pocos de latigazos sin querer queriendo, mientras que por la izquierda en todo caso se los llevaría sólo otro pobre cochero. Cuando en 1930 se cambió el sentido de los coches a la derecha, el coste de movilizar todos los vagones de metro al otro lado era tan elevado (o les daba tanta pereza) que dijeron, en una frase recogida por todas las Enciclopeadias “ya totá, ¿pa qué?”.
Los chavales del metro, exhaustos de tanta historia, me mirarían con cara de haber visto un fantasma y me dirían “tronco, pero qué dices”. La misma frase me la podrían haber dicho al llegar a la ciudad, cuando no tuve otra mejor idea que revelar mi equipo de fútbol. Si volviera atrás en el tiempo creedme que le diría al Santi del pasado, ése que pasaba sus primeros días en Madrid como flotando por una nube que está a punto de descargar un chaparrón: “illo, ni se te ocurra decir que eres del Barça”. Esto de ser del eterno rival en una ciudad en la que la gran mayoría de personas no sólo es que sean merengones, es que son porculeros hasta la saciedad, pues no se lleva bien. Todas las mañanas mi café inicial en la oficina no es ése al que ya me he acostumbrado de cápsulas que ni siquiera está patrocinado por George Clooney porque la economía no me lo permite (cómo echo de menos el de toda la vida), sino un grupo de moudridistas dándome los buenos días con un “qué pasa catalufo”. CATALUFO. Por dios, mueren 18 gatitos cada vez que oigo esa palabra lacerante por la mañana. Encima he elegido el mejor año futbolísticamente hablando para venirme a Madrid. Mira que tuve años hace poco, ¿eh? Que si tripletes, sextetes…nada, me gusta el sado. Mucho más agradables son los comentarios que como sureño tengo que oír por aquí, dónde va a parar. Que si los andaluces empalmamos la Semana Santa y no trabajamos hasta septiembre. Que si preguntas sobre si las siestas que me duermo son de 4 o de 8 horas. Que si las peonadas…en fin, allá ellos.
Pero por suerte no todo es malo. 4 meses en Madrid y ya confirmo que estoy viviendo un Erasmus 3.0. Lo que es un no parar. De follar no, claro, de salir (((tampoco lo era en los Erasmus en Italia, pa qué engañarnos))). Y es que ésta es una ciudad en la que nadie se siente extranjero, porque prácticamente todo el mundo es de fuera. Todo el mundo te acoge, todo el mundo te invita a sus planes, les da igual que te conozcan poco. De ahí tendríamos que aprender algo los andaluces, que pecamos de ser muy cerrados para ciertas cosas como acoger a gente extraña en nuestro grupo de amigos autodenominado Estado Isl…ah no, perdón, grupo de amigos mi hente (((es que tras la palabra “autodenominado” sólo me sale decir “Estado Islámico”, que no paro de oírlo por la tele…))).
Eso de que en Madrid llovía mucho no sé quién coño me lo dijo, pero vamos, de momento paraguas, poquito. Y lo de que nos creíamos que sólo en el sur la gente inunda las terrazas de la ciudad cuando sale un rayo de sol, más de lo mismo: aquí no hay Dios que coja una mesa en ningún sitio. El centro de Sevilla suele estar petao, aunque vete tú a la Avenida de la Constitución un lunes de invierno a ver si aparte del que toca con el violín la música de “El Padrino” te encuentras a alguien más. Ahora, vete tú cualquier día del año a Gran Vía o Preciados, a ver si tienes cojones a andar.
Así que aquí ando, adaptándome poquito a poquito, suave suavesito a la capi, aguantándola algunas veces y disfrutándola la mayoría. Aún no me han dado el título de gato, pero con lo sentíos que somos de Despeñaperros pa’bajo, tiempo al tiempo. Por cierto (y ya termino por hoy, lo prometo), que lo de que a los madrileños de pura cepa les llamen “Gatos”, ¿de dónde viene? CHAN CHAN
Pues nos tenemos que remontar UNA MIJITA más para atrás que lo del metro, en concreto a la época de la Reconquista. En el Siglo XI, las tropas del Rey Alfonso VI iban ya por el centro de la Península y se acercaban a Toledo, una de las principales ciudades moriscas. Sin embargo, estratégicamente hablando había otra ciudad amurallada cerca de allí, a unos 60 kilómetros, llamada «Mayrit”, que necesitaba ser conquistada primero. Sin embargo, la muralla era jodidamente alta y difícil de asaltar, y la gesta se antojaba complicada. Pero en éstas, dentro de las tropas españolas que acudían a la batalla, había un chaval joven que sabía escalar mejor que nadie. Con una soga y una daga con la que fue haciendo agujeros en los huecos de las piedras, fue escalando sigilosamente un lado de la muralla y consiguió que el ejército conquistara la ciudad. El chaval, dadas sus habilidades escaladoras, era apodado como el “gato”, y la ciudad que reconquistó cambió su nombre árabe “Mayrit” por un nombre cristianizado, “Madrid”, y a todos los castizos de la ciudad se les comenzaría a llamar como el chaval que consiguió él solito prácticamente invadir la ciudad.
Y sin más nociones culturales que os acolapsáis para el fin de semana, os deseo que tengáis uno buenísimo todo el mundo.
P.D: Qué número de entrada más guarrete me ha quedado ésta, ¿no? (((Carita picantona del guasa)))