LISBOA.
2 de julio. Bendito el momento en que decidí decirle sí al plan de la italiana de empezar un tour por Lisboa a las 9 de la mañana. Menos mal que me permiten hacer el check-out y dejar el coche aparcado dentro mientras me doy un voltio. Y además, el paseo merece la pena, entre otras cosas porque así comienzo a quemar por adelantado ALGO de las 981556 trillones de calorías que me metí pal cuerpo en 2 semanas.
Y esas calorías empiezan en el desayuno con Ilaria y sus dos amigas italianas en la plaza de al lado de la Iglesia del Carmo (una Iglesia con los techos derruidos que no llegué a entrar porque claro, al estar derruida ya se veía algo por fuera…bueno, más o menos). Como ellas ya llevaban un tiempo viviendo en Lisboa, me comentaron que el dulce típico para pedir era el pastel de Belém (también llamado pastel de nata). Y voto a tal que eso estaba que te cagas, y eso que no soy muy dulcero. En un perfecto portugués que me salió al estar imbuido de tal delicatessen, le dije al camarero ‘a tomar por culo la dieta, deme 20…qué coño, que aquí todo es muy barato, te compro el jodido local entero’.
Antes de llegar a encontrarme con estas niñas, me fui dando cuenta de una cosa: Lisboa es muy bonita, ¿eh? Por si no os habíais dado cuenta algunos todavía. Entre las cuestecitas, las callecillas del centro, los miles de edificios con azulejos, el tranvía, los miradores, la apertura al río y al mar, el ambiente y cierto aire decadente…Sí señor, bonita la capital. Tras echar unas fotos por el Mirador de San Pedro de Alcántara y entrar a la Iglesia de San Roque, fuimos andando para llegar a la zona de la Alfama. No son zonas que estén precisamente cerca, pero el paseo y la temperatura fueron muy agradables.
La Alfama es un barrio plagado de cuestas CURIOSAS y calles estrechas. Allí se encuentra la Sé de Lisboa o Catedral, que algún día alguien me explicará por qué a las catedrales en Portugal se les llama Sé, porque si dentro hay agua bendita que se puede beber no tiene sentido…bueno, chistes malos aparte, cuando salimos fuimos a un mercadillo que estaba al lado de la Iglesia de San Vicente de Fora. Sacamos energía para subir al Mirador de Santa Gracia, que la cuesta no era poca cosa ojo. Desde allí había unas vistas privilegiadas de la ciudad y del Castillo de San Jorge. Tras un café en esa misma terraza, me despido de las italianas y se me une para comer Cristina, la misma chica portuguesa del viernes. ¿Y dónde me puede llevar que sea típico? Pues a una terraza a comer sardinhas asadas, plato típico de allí. Que ojo, no digo que estuvieran malas, que no lo estaban, pero que las sardinas que me ponen en Rota no les tienen nada que envidiar.
OPORTO.
Con varios cafés en el cuerpo para no dejar sin su hijito del alma a mi madre después del abundante almuerzo y las pocas horas de sueño, llego a Oporto en el Samara. En concreto a la zona de Matosinhos, que vendría siendo lo que un «Oporto Este» de toda la vida, pero con playa. Allí me recibe mi amiga Sofía la portuguesa (¿’Sofía la portuguesa’ no era una canción a tó esto?), que también tuvo la suerte o desgracia de estar conmigo de Erasmus en Siena. Durante dos noches me voy a ahorrar alojamiento pues me acoge en su piso que está de p.m. A mi club de fans femenino les diré antes de nada que no se pongan nerviosas, que la chavala vive con el marido. SÍ, MARIDO. Estos portugueses…
No me da tiempo ni a decir esta boca es mía porque Sofía me arrastra al centro con una amiga suya de cuyo nombre no me acuerdo. Ya en el centro vemos la Avenida de Aliados (más pantallas gigantes para la Eurocopa) y quedamos con María, otra chica también portuguesa, también médico y también conocida de Siena. Y también con novio. Vamos, que no follo en Portugal ni pagando. Menos mal que al menos me llevan a cenar a un sitio chulísimo, y esta vez sí, cenamos tapas portuguesas. Bueno en términos médicos, nos jartamos de cenar tapas hasta que rebotaba la comida en nuestro esófago. Santi 2 – Dieta 0. Para rebajar tanta tapa nos tomamos unos digestivos en las calles de bares del centro, atestadas de gente que aprovechando el buen tiempo se pedían las copas en los bares y se salían a la calle a beber. Como el botellón español pero más caro. Les llevamos años de ventaja. La noche termina en una discoteca donde he pedido un ron cola y los cabrones estos que arrastran las palabras al hablar se ve que no tienen ni puta idea de nada porque me echan ron blanco, BLANCO. Como no tengo ni papa de discutir en portugués, me dedico a discutir en inglés/español de política y no sé por qué termino a las 5 de la mañana rodeado de los amigos de Sofía cantándome «Rajoy é um herói». Y estos mamones ganaron después la Eurocopa…en vez de Brexit, más Portuadeu a la de ya.
El domingo (3 de julio) por fin me despierto y digo «soy persona». Sofía es buena gente y me deja dormir hasta bien entrada la mañana, lo que nos permite tener un día completo de pateo. Empezamos por la playa de Matosinhos que es enorme y tiene como monumento una medusa gigante hecha con redes de pescar. Manel, el marido de Sofía, a pesar de estar el pobre hombre estudiando para presentarse a lo que sería el MIR portugués, nos recoge en coche y nos lleva hasta Gaia, la parte de la ciudad que está justo al otro lado del río Duero y que tiene todas las bodegas más famosas de la zona. Desde allí se tienen las mejores vistas de la ciudad, pero antes de que nos muramos de calor optamos por dejar que Manel se vaya e ir nosotros a almorzar.
Cruzamos el Puente de Luis I y vemos la Sé de Oporto. Decidimos que de calor vamos sobrados y nos resguardamos en la Estación de San Bento, que tiene unos azulejos muy bonitos. Después de ver la Torre de los Clérigos (la más alta de la ciudad), por fin nos sentamos a comer. Y para qué algo ligerito. Dame ahí una hamburguesa de buey de 400 gramos típica portuguesa, claro que sí Sofía, COÑO, QUE ESTOY FAMÉLICO. Como hay que empezar a rebajar la comida para llegar a la noche y volvernos a empancinar y así poder vivir en un ciclo infinito y malévolo de autodestrucción y gordura máxima, comenzamos un tour curioso. Primero entramos en la famosa Librería Lello e Irmao, que aunque mucha gente piense que algunas escenas de las películas de Harry Potter se rodaron allí, lo único que sí podría ser cierto es que la escritora de los libros pudo basarse en ella para inventarse Hogwarts. Eso y que es la ostia. Y que te sablan 3 euros por entrar. Aunque los puedes descontar si te compras un libro dentro. Si no, la mamas. Como no me gusta lo de mamarla, me compro como no podría ser de otra forma, no un libro de Harry Potter (que ya los tengo todos obviamente, he firmado porque haya una versión de Harry Potter GO a la de ya), sino un libro de Saramago.
Vemos que está cerca la Iglesia del Carmen de Oporto, característica por estar dividida como en dos capillas con diferentes fachadas, una más ostentosa que se hizo para los ricos, y otra más austera para los pobres. Muy tolerantes los de Oporto oye. Cogemos un tranvía que OJITO 2,5 euros (me podría haber bebido 2,5 cervezas con ese dinero) y bajamos hacia la zona de la Ribera del Río. Y ahí empieza un pateeeeeoooo…pero pateo, ¿eh? Que me llega a avisar antes Sofía y me cojo un palo con una concha, una mochila y la compostelana a ver si me la convalidan. Menos mal que el fin del trayecto es una terraza con vistas al mar y refrigerio. Pero por la noche…ay por la noche. No salimos de fiesta, pero salimos a cenar por Matosinhos. Y salimos a cenar un plato típico de Oporto que es la Francesinha. Ay que joderse con la Francesinha…eso es un mazacote de carne, pan, huevo, bacon, queso, una salsa buenísima, venga patatas fritas pa mojar en la salsa…y una bomba que me recuerda a cuando a Homer le preparan el postre mortal de 1 millón de calorías.
Como no hay Dios que baje eso, ni con el paseo posterior a la cena, decido que he de quemarlo como sea al día siguiente en mi llegada a Galicia y siguiente etapa de mi Samara’s Tour…jí Paco, en casa de la Abuela Carmen en Coruña vas tú a quemarlo por los culhones.