Siena · Viajes

Dándolo todo: parte de Siena XXVI

Sí, sé que me echábais de menos.

¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Martes 12 de abril. Después de haber dormido escasamente 2 horas, me levanto porque tengo que llevar a Luis Palencia el colchón que Julia nos había dejado a Víctor (ausente desde el lunes por la mañana, ya que se iba con sus padres a Pisa porque se vuelven todos juntos a España y a Víctor no lo veo hasta final de la Semana Santa o así) y a mí. Imaginaros las enormes ganas que tenía yo, después de haber dormido dos horas, de llevar a las 8 de la mañana arrastrando un colchón a casa de Luis Palencia. Además le llevo el cambio del acuerdo de estudios que necesito hacer gracias a que una de mis asignaturas que debería haber empezado hace un mes no tiene asignado ni profesor ni horario ni nada. This is Italy. Una vez en casa, dejamos mi cuarto echo una esterquera y salimos para Pisa. Por el camino conduce Ale y no es por nada pero me doy cuenta LO MALDITAMENTE MAL QUE CONDUCE EL MAMÓN. Peor que cualquier mujer, y no creo que le pueda decir nada peor. Ehhhh…después de estos 5 minutos maldiciéndome, queridas mujeres que leéis este correo, podéis seguir. Llegamos a Pisa gracias a Dios sanos y salvos y me despido de esta gente en el aeropuerto. Me llego (expresión de dudosa corrección gramatical que me ha pegado mi compañero Víctor) a la casa de mi amiga Espe, erasmuniense en la ciudad y amiga de Sevilla. Ubico mis cosas y me hace unos increíbles spaguetis con ajo y gambas que madre mía. Cotilleadas respectivamente nuestras redes sociales, salimos a dar una vuelta y la invito (¿o es «le invito»? Malditos castellanos que están de Erasmus aquí y me hacen dudar de si hago lo/la/leísmos) a un café. Damos una vuelta por la Torre (sí, ésa que es conocida por estar mal hecha, aún no le veo el mérito) y después vamos a un super a hacer una compra para las comidas que nos quedan. Llegamos a casa donde hay tiempo de vaguear, preparar la cena y comer mientras obligo a esta mujer a ver el partido del Barça de la Champions. Terminado, salimos a una plaza al lado de la casa de esta mujer donde la gente se pone a beber y esas cosas, y nosotros echamos un rato sobrio con el tándem (dícese del compañero de intercambio lingüístico de una persona) de Leonor, la compañera de piso de Espe (machos que leéis estas líneas, sí, está buena). Cierro la noche acostándome y diciéndole a Espe «mañana no me despiertes, da igual la hora, la naturaleza hará el resto».

Recuperadas algunas horas de sueño, me levanto y voy a comprarme algunas cosas al supermercado para bocadillos para Dublín y tal. Le preparo el almuerzo a Espe (hoy por ti y mañana por mí) y me despido de ella hasta otra ocasión, que viendo que frecuento Pisa gracias a su maldito aeropuerto no descarto abusar algún otro día de su casa. Cuando estoy en el aeropuerto, ya habiendo cruzado el control, me encuentro con una cara conocida: Megan. No estoy hablando de Megan Fox, sino de una chica irlandesa que está de Erasmus en Siena y que la pobrecita no tiene otra cosa que hacer que ser muy guapa y muy simpática…y por supuesto, tener novio. Está tan ansiosa por volverse a Cork a ver su queridísimo ragazzo que no es capaz de pronunciar palabra de italiano y me toca calentar el inglés que me espera estos días. 10 años de academia privada, 2 títulos oficiales, no sé cuantos años de inglés en colegio, instituto y bachillerato, 5 congresos de AIESEC en los que no paraba de oìr, hablar y escribir en inglés…para darme cuenta que en estos meses ya hablo más fluido el italiano que la lengua anglosajona. Cazzo. Como sé que está enamorado de ella, así como de todas las hembras del mundo mundial, llamo a Luis Palencia para darle envidia ya que compartimos 3 horas de vuelo sentados juntos. Evidentemente se me rompe el corazón cuando nada más llegar a Dublín sale corriendo ella muy sonriente a besarse con su novio. Qué mal está el mundo, unos con tanto y otros con tan poco. En fin, que allí está mi amiga Laura en la puerta de recibimiento de llegadas esperándome con el 4º compañero de piso en discordia, un tal Eliseo. Eliseo (Eli, para los amigos) es un maldito personaje, habitante de Madrid pero descendiente de catalanes y que ha tenido la mala suerte de salir madridista. De hecho, ambos nos divertimos un rato con el partido de vuelta de la Champions del Madrid que están echando en el aeropuerto. Esperamos a que lleguen 2 amigas de Eli, también de Madrid, y que se van a quedar hasta el sábado. Maldito el momento en que este hombre decidió invitar a esas dos rubias justo a venirse cuando estaba yo aquí. Maldito el momento en el que voy a tener que compartir momentos en pijama con esas dos mujeres en casa. Maldito sea el universo y su sentido del humor macabro. En fin, obviadas las presentaciones, cogemos el autobús que nos tiene que dejar en la residencia de estas personas. Como conductor nos toca un irlandés que si le hubiera tocado vivir en la Alemania nazi igual hubiera salido más contento porque menudo el humor que se gasta el colega. No para degritar y poner cara de mala leche. Yo me voy disimulando al fondo de autobús a llorar porque el tío me ha puesto muy nervioso, y Eli, que se acaba de convertir en mi mejor amigo en tan solo 5 minutos, me viene a consolar con un abrazo. No sé tampoco el momento en el que a Eva (ella y Katia son las dos rubias amigas de este hombre) se le ocurrió hacer una foto con flash dentro del autobús, viendo el percal. El conductor para y le echa la bronca a Eli, que como un caballero alega que ha sido él quien ha hecho la foto. +10 para Eli.
Llegamos al complejo residencial de esta gente. Es como una especie de mini-urbanización a las afueras de Dublín, hecha sólo para estudiantes, y que está al lado de su Universidad. El piso de esta gente está de P.M. y tiene 4 habitaciones, cada una con su correspondiente baño privado, y un salón-cocina bastante grande. Allí están Solano y Velasco, mis otros dos amigos de Sevilla que los mamones no han venido a buscarme al aeropuerto. -10 para los Pablos. Además de ellos está un alemán de 2 metros llamado Hanno y que si dicen que yo hablo por los codos, él habla por los codos, las rodillas, los tobillos…Todos unidos en confraternidad asaltamos la comida que le trajeron sus padres a Eli: croquetas, queso, torrijas… Eli +20. Nos vamos a dormir, y yo por segunda vez en el Erasmus duermo en un «QUETEHINCHES» en la habitación de Laura.
El jueves nos levantamos y desayunamos de nuevo todos juntos (qué bonito es vivir en una residencia). Mientras esta gente termina deducharse y vestirse (yo he sido más rápido), me da por ponerme a fregar y Hanno me da conversación. Él solo se monta un monólogo de la ostia sin necesidad de que yo le de coba. Es mejor que activar el iPod con música. Lástima que él tenga un nivel de inglés superior y un acento curioso y yo no me entere de la mitad de lo que me dice. Salimos para el centro en un bus de estos típicos irlandeses de 2 plantas Eli, Eva, Katia y yo. Es curioso que viniendo a Dublín para ver a 3 personas de mi clase ninguno de ellos se venga al centro conmigo, pero se les perdona teniendo en cuenta que tenían que presentar un trabajo de Marketing. De las primeras cosas que me cuesta encajar de la ciudad es que yo pensaba que eran sólo los ingleses quienes conducían raro pero resulta que no, son todas las malditas islas británicas quienes dan por saco al resto del mundo y cada vez que un europeo como yo, normal y corriente, va a cruzar la calle se juega la vida porque no sabe para donde mirar. Bueno total, paramos en un parque pequeño pero muy cuco con un monumento de unos cisnes volando y unas banderas polacas con mensajes que todavía ninguno hemos averiguado qué eran. Llegamos a lo que creo recordar que se llamaba O’Connell Street, una avenida muy importante de Dublín y llena de tiendas. Entramos en unos de los miles de Carroll’s de allí, la típica tienda desouvenirs irlandeses pero con mucho más estilo que las de Sevilla, por ejemplo, ya que aquí podrías renovar enteramente tu vestuario, y yo pasaría de tener mi armario lleno de camisetas estilo «ozú que caló» y la bandera de España con el toro. Vemos el famoso pirulí gigante de Dublín, un palo metálico bastante alto que según Eli no llegaba a medir más de 30 metros y que más tarde yo descubriría que en realidad mide 120. Por cierto, si me preguntáis para qué servía, o si tenía alguna característica extraña el pirulí, no a todas las preguntas. Seguimos paseando hasta el Trinity College, típico Campus Universitario hiper mega guay y que seguramente sea rival de algún otro y los estudiantes organicen competiciones de polo para después hablar de sus cortijos. Justo antes de que llegue Laura de la Universidad entramos en el Dublin’s Castle, donde al parecer se han rodado escenas de los Tudor y yo me lo tengo que creer porque nunca la he visto. Una vez que estamos los 5 vamos a comer a un SPAR que hay por allí cerca y reconozco que sale hasta más barato que en España, pero eso sí, es la maldita excepción de Dublín porque no veas si es caro aquello para estar en crisis (aunque por mucha crisis que haya todo maldito Pub está repleto, me recuerda a cierto país del que soy nacional). Mientras el grupo de madriles se queda dándose un voltio por la ciudad, Laura y yo vamos a la fábrica de Guinness. Aquello es la ostia y el paraíso para cualquier que le guste la cerveza. Es decir, para todo el mundo menos para Laura, que la pobre aguanta estoicamente la visita sin rechistar a pesar de que no es capaz ni de coger un vaso de cerveza. Ahora, eso sí, entre esta visita y la del museo Pérgamo en Berlín me doy cuenta de lo productivas que son las audioguías que te explican todopormenorizadamente. El momento cúlmen del tour es cuando Laura se encuentra un ticket en el suelo. NOTA AL PIE: al final del recorrido te daban con el ticket de visita una pinta de Guinness «gratis». Así que sí, fui un triunfador que se bebió dos pintas de Guinness de valde en lo alto de la torre circular de la fábrica con unas fantásticas vistas de Dublín. Dios me debe de querer mucho.
Salimos de la fábrica y mientras intentamos orientarnos para llegar a Saint Patrick’s, un hombre que iba en bicicleta escuchando música frena en seco porque nos ve con un mapa y sin tener ni idea de dónde ir y no tiene otra cosa mejor que hacer que ayudarnos a llegar a nuestro destino. Es la segunda vez en el día que alguien se para a preguntarnos si nos puede ayudar. Juzgué mal a los irlandeses por culpa del conductor de autobús psicópata. Conseguimos llegar a la iglesia y me hago unas fotos muy gays tumbado en el césped del parque donde se encuentra, con las florecillas por allí y demás, pero la estampa es idílica, que le vamos a hacer. Nuestra última visita del día es al Temple Bar, un barrio que toma nombre de unos de los pubs del mismo y que sinceramente se transforma en mi parte preferida de Dublín (que extraño que mi zona preferida sea la que está llena de pubs, ¿no?). Mucho ambiente, música en directo, pubs de todos los colores y estilos diferentes…poco tiempo le hace falta al barrio para dejarme prendado, vamos. Aunque es temprano, camino de casa nos ha entrado un hambre atroz y entramos a hacer una merienda-cena en el Burger. Ya en casa nos tomamos la primera copa y continuamos en casa de una amiga francesa de esta gente. La casa está ahora mismo como en la típica película americana: llena de gente borracha, personas en todas las habitaciones y seguramente haya algún afortunado (no es mi caso, ya con la pinta de más antes tuve suficiente fortuna por hoy) que haya ligado y tenga una habitación para él solo. El desfase máximo llega cuando al salir de la casa cogemos el último bus que baja al centro. Todos nos subimos a la parte de arriba y comienza un ritual de canciones a todo volumen, saltos en los asientos, golpes en el techo, etc. Tal es el punto que llega un momento en que el autobús se para, se apagan las luces y sube el conductor cabreado gritando en inglés «¡fueratodo el mundo de aquí!». Como estamos a tomar viento fresco en vez de hacerle caso ponemos carita de buenos, nos quedamos calladitos y esperamos arriba a que se le pase el enfado. Menos mal que estará acostumbrado y al final llegamos a donde teníamos que llegar.
Donde teníamos que llegar está un pelín lejos andando del destino final, y por el camino conocemos a 3 chicas que nos dicen que son de Puerto Rico. Alina, una de las amigas de esta gente, tiene la genialidad de decir que qué bien hablan español ya que en su país su lengua natal es el portugués. Yo rápidamente salgo a corregir tal desfachatez y así de paso quedar bien con las pepinos de las puertorriqueñas y al hacerme el guay básicamente digo «no hombre, hablan español, no le hagáis caso, amigas sudamericanas». En ese momento las 3 cambian de facha y una de ellas me dice cortante «somos caribeñas, no sudamericanas». El patinazo es tan grande que yo solo llego en un momento a la discoteca donde tenemos que entrar. El sitio está bastante bien, más caro de lo que me sale salir en Siena pero claro, esto es Dublín y no un pueblo toscano de 50.000 habitantes. El local está petado de gente, y descubrimos un hecho al que los varones de alta alcurnia como yo no estamos acostumbrados: aquí son las hembras alfa quienes atacan al macho beta. Y eso nos intimida, en lugar de gustarnos como podría parecer. Cuando estamos saliendo de la discoteca para irnos descubro que ha habido no sé qué problema de faldas y una pequeña discusión sin más inconvenientes entre 2 de nuestro grupo por no sé qué tía que curiosamente antes se pintó los labios y me dejó marcada la mejilla para el resto de la noche. Por si estáis intentando leer entre líneas, no, no fui yo uno de los abroncados. Me gusta entrar a los sitios por la puerta grande, pero no tanto. La vuelta a la residencia la hacemos en un taxi del que me enamoro 1000 veces. Al parecer es relativamente común aquí que haya taxis-discotecas, osease, taxis ambientados con luces y que te ponen temazos a todo volumen. Entre ellos, el temazo del fiero de Marshall en «Cómo conocí a vuestra madre» y el típico tema de Glee que aunque nadie haya visto esa serie todoel mundo se conoce.
El viernes por la mañana vamos a visitar el campus universitario de esta gente, justo al lado de su residencia. La verdad es que así sí que te dan ganas de ponerte a estudiar. O no. Porque el campus desde luego tiene de todo: peluquerías, tiendas, césped, billares, sala de juegos de consolas, un bar-restaurante con pintas a 2,5 €…lo dicho, un paraíso que si los Erasmus de Siena osásemos pisar juntos algún día destruiríamos en menos de 2 horas. Evidentemente almorzamos en el sitio de las pintas baratas, no hacía falta hacer un máster para adivinarlo. Cuando terminamos vamos al Phoenix Park, que resulta que es el parque más grande de Europa y yo sin saberlo estaba en Dublín. Tan grande es que para poder aprovecharlo tenemos que alquilar unas bicicletas durante hora y media y aún así vemos menos de la mitad del parque. Peladeando veo unas sombras extrañas a lo lejos en mitad del césped. ¿Qué carajo es aquello? ¿Por qué uno de esos seres tiene cuernos? ¿POR QUÉ UNO SE PARECE A BAMBI? Ahhh venga que el parque se va de guay y tiene ciervos libres por allí rulando. Eva, la amiga de Eli, se acerca peligrosamente a los animalillos y casi organiza una maldita estampida, pero afortunadamente salimos vivos de allí. Después toca tiempo de tiendas y de ver el ambientazo de Temple Park y disfrutar de lo bien que tocan en las calles aquí los músicos, que además lo hacen con guitarras eléctricas e instrumentos de calidad, no como en España que te pasa un acordeón y un nota haciendo ruido en un elemento de plástico. En casa cenamos noodles japoneses, que nunca los había probado, y después no hacemos nada porque la gente está un poco derrotada. Qué mariconas.
Esa noche tengo un sueño. Estoy tan obsesionado con la ocasión que sueño con dos partidos, los dos entre el Madrid y el Barça. El primero es el de Liga y quedan 1-1, primero marcando Cristiano y después Messi. En el segundo, se supone que de Champions, quedan 7-1 favorable al Madrid.
El sábado por la mañana nos despedimos de las chicas de Madrid y de Laura (ayyy que las voy a echar de menos a todas…). Con los Pablos vamos al parque de St. Stephen’s Green y después al centro comercial de al lado que recibe el mismo nombre. Por si no habíamos visto suficientes mercados bonitos, nos pasamos improvisadamente por uno que se llama George’s St. Arcade. Entramos en la Christ Church Cathedral, según dicen de las más bonitas de la ciudad y, aunque menos conocida, más meritoria que la de Saint Patrick’s. Lo más curiosode esta catedral es que cuando llegamos abajo a las catacumbas nos encontramos con una cafetería que además pone música por los altavoces. Si Jesús levantase la cabeza, lo de echar a latigazos a los mercaderes del templo se iba a quedar corto. Como ya se va sintiendo el ambiente del clásico, decidimos ir a casa a prepararnos y empezar a alicatarnos un poco. Nos vamos a un pub lleno de gente donde echan el Madrid-Barça de liga. Hacemos una porra donde yo evidentemente meto mi resultado soñado. En el descanso vamos a un supermercadode al lado y nos preparamos una cena que me impide ver el gol de Messi. Mi resultado aún se puede cumplir. El Madrid está atacando y…penalti. ¡Penalti! Creo que jamás antes había celebrado un gol del Madrid, pero creo que esta vez medio moví la mano cuando marcó Cristiano. Termina el partido y gracias a convertirme en el hijo de Nostradamus o, el preferido por Víctor, Parravicini (véase enlace: http://www.youtube.com/watch?v=UB8lpcKK-ew), me gano dos pintas de cerveza para el resto de la noche. Continuamos la noche en una discoteca del centro donde ha ido el grupo de alemanes y donde me presentan a dos chicas andaluzas que también están en la residencia de esta gente. En el baño, Eli se ve que se aburre tela y se dedica a ponerse detrás de la puerta en entrada e intentar aparentar que todo el que entra le ha dado en la nariz. Yo, como también me aburro tela, le sirvo de cómplice y a uno de los porteros casi le da un soponcio cuando ve al «pobre» Eli sufriéndose y agarrándose la nariz y yo diciendo «claro, es que si entramos con las prisas…». Me pido una sabrosísima Guinness a costa de esta gente que me sabe a victoria y, cuando la acabo, utilizando la chaqueta de Solano sustraigo distraídamente del lugar el vaso. Comienza una peregrinación por diversas discotecas totalmente infructífera o bien porque estuvieran ya cerradas o bien porque nos pidieran una cantidad de dinero que a estas horas preferíamos gastárnosla en comida. De hecho, asaltamos literalmente un sitio de comida abierto donde Solano y yo no tenemos otra cosa mejor que hacer que no tomarnos uno, sino dos platos depatatas ardientes y picantes, pero la gusa es la gusa. Cuando vamos a pedir un taxi, el conductor me dice que el vaso no lo puedo meter en el coche. Después de tal captura de la que me siento muy orgulloso me niego a abandonar el vaso de pinta por ahí, así que uso el bolso deuna de las andaluzas y objetivo cumplido. Al llegar a la residencia, se ve que el taxista no se fía y cierra el pestillo de Eli para que no pueda salir hasta que le pague. Su cara es un poema y nosotros estamos a punto de dejarle tirao y que tenga que aviárselas él solo, pero como ya tiene al menos un +100 en su montón pues me niego a hacerle eso a mi nuevo mejor amigo. Sin ganas de irnos a casa, nos encalomamos en casa de las andaluzas donde Eli no para de dar por saco llamando a la habitación de una de sus coinquilinas que es una china que la pobre no sale para decir esta boca es mía. Del frigorífico sacamos un pollo que huele fatal y que Eli saca a la ventana, dejándolo ahí toda la noche para que no apeste la casa. Yo veo un extintor y menos mal que me frenan porque estoy a un tris de usarlo. Lo último de la noche es que Solano y Eli se meten en el armario de Laura como si creyesen que no me he enterao mientras estaba en el baño, e intentan sin conseguirlo darme un susto, lo cual provoca unos 10 minutos de risas acabadas con «si me queréis, dejarme dormir».
El domingo por la mañana, mientras desayuno, contemplo con jocosidad como Eli se va a la casa de las andaluzas a cogerles el pollo que dejó ayer en su ventana porque no son capaces de alargar tanto el brazo. A mediodía bajo al centro con ambos Pablos y como con ellos en el Burger para después coger un autobús y plantarnos muy a las afueras de Dublín en un sitio que ni ellos conocían: Monks’ Town y Black Rock (como en Perdidos, juas). Son los típicos barrios residenciales de dinero y con casas muy bonitas y desde donde por fin veo la costa de Dublín. No podemos evitar, evidentemente, entrar en la primera iglesia que vemos (cualquiera se pensaría que somos los 3 ultrahipermega católicos) y posteriormente en el primer parque que se nos pasa por delante, con su césped verde chillón, su lago, sus patos y un cisne con mala leche al que mejor no acercarse. El cabrito de Velasco me reta a una pelea en el césped y cuando me ducho después no paro de soltar hojas verdes como si fuera un vulgar Pokémon. Como he pasado por el barrio pero no me he tomado ninguna, les pido a estos dos que me lleven al auténtico Temple Bar a tomarme una Guinness. Disfrutamos de ella mientras misteriosamente echan el Osasuna-Bilbao de liga que resulta terminar siendo un partidazo. Al volver a casa para cenar, echamos un Worms, al que hacía muchos años que no jugaba, pero cuando uno ha estado muy viciado a un juego nunca pierde la práctica y evidentemente gano por paliza.
El lunes, por si no los voy a comer veces en Siena, cocinamos unos spaguetti carbonara. El alemán hablador y entrañable de Hanno se despide dejándonos una gallina de chocolate. El último rato en Berlín lo aprovecho yendo al centro a comprar con Solano. Regalos para la familia y calcetines para el menda, ya que no sé qué leches estoy haciendo con las lavadoras de Siena pero todos mis pares de calcetines tienen agujeros. Finalmente llega el momento de la despedida. Yo no dejo una gallina de chocolate porque me parece demasiado pero unos bombones sí que dejo. En el control del aeropuerto ocurre algo a lo que ya estoy acostumbrado y es que me metan mano porque pita cuando paso el detector. Lo que no estoy tan acostumbrado es que paren la cinta de las maletas de mano y un policía pregunte que de quién es la mía. En vez de pasarle el muerto a otro asumo la culpa y levanto la mano. La tensión es evidente, pero intento hacer un repaso mental: «a ver, además de la marihuana, la cocaína, la bomba y el enano negro esclavo que has metido en la maleta, ¿qué más lleva que pueda haber pitado?». El policía muy amablemente me pregunta si llevo algún cuchillo en la maleta. Le respondo que aparte de la típica escopeta reglamentaria no llevo ningún cuchillo. Me pregunta si llevo algún abre botellas. Le digo que que yo recuerde no, aparte porque a pesar dellevar meses de Erasmus bebiendo vino aún no sé usarlos. El tío me dice que no me vaya de listo y que sí, que sí que llevo un abre botellas. Mientras voy abriendo la maleta lo recuerdo: joder, uno de los regalos es un abre botellas, malditas neuronas caídas por el alcohol. Afortunadamente el tío es transigente y me lo deja llevar. En ese momento pienso «ajá, me ha dejado pasar un abre corchos, con esa punta metálica puedo secuestrar el avión e irme a Méjico en lugar de a Italia». Se ve que Dios intuye mis maléficos pensamientos porque el muy mamón me hace recorrer el camino más largo hacia mi puerta de embarque: el aeropuerto es tan grande que hay carteles que te indican cuánto tiempo andando te falta hasta llegar a tu destino y al mío le quedan 15 minutos. Se ve que no sólo con eso el karma se queda contento sino que cuando voy a embarcar hay dos filas y tengo que tomar la decisión de cuál tomar. En una veo que se han quedado parados por no sé qué problema y la otra va como la seda, así que tomo la segunda. Cuando ya he llegado a un punto de no retorno, me doy cuenta de que en mi fila toda la gente está metiendo las maletas en la dichosa caja metálica de Ryanair. Yo ya sabía de antemano que mi maleta no cabía normalmente, así que decido meterla boca abajo, por la parte más fina. Empujando la cosa casi llega al final, pero la simpática de turno (joder, me han tocado dos irlandeses malajes en todo el viaje, al principio y al final, pero vaya tela los dos hijos de…) me dice que no puedo empujar y aunque intento discutir con ella su frase de «si no pagas su facturación tu maleta se queda en tierra» me hace pensármelo dos veces. Los 35 € que me sabla Ryanair me saben a gloria y entro en el avión queriendo asesinar al final de verdad con mi abre corchos a todo el personal de la compañía, pero pienso en qué diría mi madre y me controlo. Afortunadamente me toca una excursiónde instituto al lado y dos chavales muy simpáticos italianos me dan conversación y no paran de ofrecerme comida que yo rechazo por miedo a engullirles con el cabreo a ellos también.
Aterrizado en tierra, llamo al murciano que sé que pasa la noche en Pisa como yo y además me había hecho la reserva (más le vale, sino va a ser él la víctima). Cojo el último bus del aeropuerto al centro y ceno en un kebab. Me reúno con el murciano y sus 4 amigos, dos parejas de «achos» que han venido a visitarle y que si no fuera por los dos chavales estaría tirándole los tejos a las chavalas desde el minuto 0. Llegamos al hostal y duermo en la misma habitación que Luis. Él no ronca. Yo dice él que sí. Mentiroso.
P.S: dedicado a mi amigo Velasco:
Phoenix Park 2

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