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Hijos de los Cuentacuentos

Seguro que los neandertales contaban cuentos a sus hijos de cómo habían cazado la cena. Me imagino a esos niños con la boca abierta, escuchando y viendo atentamente a sus padres narrarles sus aventuras dentro de una cueva, a la luz de una lumbre, con gestos, sonidos y un lenguaje menos evolucionado del que tenemos ahora, claro está. Más adelante, alguien pintaría esas historias y las dejaría por escrito en paredes como la de Altamira.

Estoy convencido de que algunos de los grandes escritores que ha dado nuestra Historia fueron egipcios que plasmaban en sus increíbles jeroglíficos los cuentos relatados a sus retoños antes de salir de casa para trabajar. Si les quedaban fuerzas, al volver les contarían alguna historia de Osiris o Ra para que pudieran quedarse dormidos. Milenios después, generaciones de padres que siguen cuestionándose el origen de las pirámides y sus jeroglíficos, eligen el mismo método para intentar que sus hijos concilien el sueño.

Juglares y maestros, monologuistas y escritores, guionistas de cine y series, narradores, trovadores y bardos, raperos, poetas y cantantes de todos los estilos. Desde que el ser humano desarrolló su capacidad para comunicarse, da igual el contexto o cómo lo hagamos, contamos historias.

A tus amigos en el bar, cuando rememoras por tercera vez este mes esa divertida anécdota que os ocurrió en aquel viaje al fin del mundo.

A tu jefa, cuando te inventas qué te pasó ayer para no haber acudido hoy, viernes, a la oficina porque te encuentras mal. Posiblemente porque la anécdota que relatabas en el bar se embriagó hasta altas horas de la mañana, pero para ella la excusa es la hamburguesa que te cenaste ayer y que te cayó mal al estómago.

A tus hijos, cuando les lees una y otra vez el cuento de Pulgarcito que tanto les gusta, sentado a su lado en la cama. Porque a pesar de que les da miedo la parte del ogro, se duermen plácidamente cuando concluyes con el final feliz y el típico «y colorín colorado, este cuento se ha acabado».

Somos los hijos de los cuentacuentos que siempre se han inventado historias para entretenernos, dormirnos o enseñarnos alguna moraleja. Sin ellos, sin nosotros porque al fin y al cabo todos lo somos en algún momento, la vida no sería igual de bonita.

Mis padres nos han traspasado a mi hermana y a mí, a través del ejemplo constante, el placer de la lectura: lo primero que se ve en mi casa de Sevilla es una enorme biblioteca en el salón, continuada de muchos apéndices de más libros en cada dormitorio, en el estudio, y si vamos fuera de esos muros, hay préstamos literarios a Rota, Coruña y Madrid. Si quieres conquistarnos a cada miembro de nuestra familia, danos de leer (bueno, y de comer y beber, también). Si llamas a mi casa, muy probablemente quien sea que te coja el teléfono acabe de terminar un párrafo, haya metido el marcapáginas entre dos hojas, y haya dejado el libro encima de la mesa antes de contestar. O a lo mejor ha pausado un capítulo o una película, que también son otro estilo de contar historias.

Pero mi hermana y yo hemos heredado algo más que eso de nuestros padres.

Yo he tenido la suerte de nacer en una familia de grandes cuentacuentos. Mi madre, como creo que ya conté en su día en esta entrada, escribió junto a una compañera un libro de cuentos infantiles que les publicó la Junta de Andalucía. Más allá de eso, pedidle que os cuente alguna vez la historia de Cantarranas, del toro que huyó en Aroche o de cuando le dijeron a la cara «hija mía, qué fea eres». Yo puedo intentar hacerlo, pero nunca con su arte. Y mi padre, cuando mi hermana y yo dormíamos en el mismo cuarto en el piso de Montequinto, nunca se cansó de venir cada noche a contarnos cuentos como el de a vaquiña marela o alguno que tenía a bien inventarse para nosotros.

En ese afán creativo, mi padre no lleva ya ni uno ni dos, sino dos libros publicados. El primero ya lo publicité en su momento (La vida es un cuento), y todos alerta, me dispongo a hacer lo propio con el segundo. Hace unos meses, se publicó «Relatos para no olvidar quién soy«. Lo tenéis disponible a través de Amazon, en tapa dura, blanda y en versión Kindle, en el enlace que os dejo a continuación:

Relatos para no olvidar quién soy en Amazon

A lo mejor si os animáis a comprarlo, os ayuda a tener siempre un recordatorio de lo que somos: hijos de unos cuentacuentos.

Un comentario sobre “Hijos de los Cuentacuentos

  1. Menos mal que ya has retomado la senda de volver a escribir en tu blog. Tres o cuatro semanas seguidas, todo un logro. Y sí, lo sigues haciendo muy bien. Te agradezco todo lo que dices de tu madre y de mí. Dinero no sé si os dejaremos mucho, porque pienso gastármelo en viajes, comidas y otras diversiones, pero libros sí que vamos a dejaros unos cuantos.
    Y, por supuesto, muchas gracias por tu referencia a mi libro. Ya que no me hacen entrevistas en la prensa o en la televisión, y que el marketing no es mi fuerte, toda propaganda es poca. Con que compre el libro una pequeña parte de todos los amigos que tienes, casi me haría rico. Besos.

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