Lo primero que hice cuando empecé a aprender italiano en Siena fue preguntar a varios sicilianos y napolitanos cómo se decían algunas barbaridades en su idioma. Insultos y cositas más «bonitas» que decirle a alguna ragazza que otra. Este verano en México, para mi sorpresa, he descubierto que por mucho que clavamos allí nuestra bandera hace siglos (y lo que no es nuestra bandera), mucha gente se quedó sin aprender ni papa de castellano. Y allí me veías a mí, aprendiendo palabrotas en mixe, zapoteco y en maya.
Y es que la riqueza de una lengua podría medirse sencillamente por la variedad de su vocabulario blasfemil. Hay idiomas que son una verdadera maravilla. El de Dante sin duda es de los que no para de sorprenderme. Los italianos son gente que se esfuerza en unir cuantos más insultos seguidos, con o sin sentido, mejor:
Porco Dio pirla schifoso cane della Madonna puttana farfalla bastardo del culo.
Por ejemplo. Y luego dices en presencia de uno de ellos un simple «me cago en tu puta madre» y parece que haya llegado el día del juicio final.
Este Mundial ha dejado perlas indescriptibles de otros que insultando son unos seres superiores: los argentinos. Nuestros colegas del otro lado del charco se afanan en insultos elaborados con comparaciones cuanto más absurdas, mejor:
ANDATE A COGER A LA REPUERCA CONCHA KILOMÉTRICA CON OLOR A ESTIÉRCOL DE TU VIEJA GORRINO DEVORA CHORIPÁN FOFO GRASIENTO ELEFANTE HIJO DE LAS MIL REPUTAS PELO VERGA CAMIÓN IVECO LLENO DE FULANAS (((introducir nombre de persona insultada)))
Y encima en mayúsculas, es que son magníficos.
Pero llamadme patriota, como se insulta en español…oh, qué maravilla. Esos insultos antiguos que a saber de dónde vienen del estilo «vete a freír pimientos»…o las rimas infantiles que hacemos cuando alguien termina una frase con una palabra que rime con «olla»…. o algo tan simple como suena un «gilipollas», bien pronunciado por delante pero con un deje andaluz por detrás. Sabéis perfectamente a lo que me refiero: quien pronuncie la «s» final de ese insulto es exactamente eso, un gilipollas. Pero lo a gusto que se queda uno, por muy del sur que sea, haciendo hincapié en esa «g» inicial como si el mismísimo José Bono nos hubiera dado lecciones de Lengua y Literatura…buah, es que lo descargas todo. Y además encaja con cualquier cosa, meditadlo.
Quien lava el coche un día que dan lluvia con polvo en suspensión del Sahara: GILIPOLLAS.
Quien vota a Trump: GILIPOLLAS.
Quien dice «i mi ni mi guisti il cini ispiñil pirqui is mii mili» pero luego se ve «Esta rubia es muy legal» en bucle: GGGGILIPOLLAS.
Quien tiene un blog y va por ahí queriendo dar lecciones de la vida e insultando unilateralmente a la peña: DOBLE GILIPOLLAS.
Suena todo estupendamente, ¿a que sí? Lo que a lo mejor no le sonaba tan estupendamente todo esto es a Baltasar Gil Imón de la Mota, fiscal del Consejo de Hacienda que habitaba en el Madrid del siglo XVI. Este señor era bien conocido en la que era recién nombrada capital del Reino, y como persona de bien se dedicaba a ir a casi todos los eventos de alta alcurnia de la ciudad. A estos eventos no acudía solo: lo hacía siempre acompañado de sus hijas, Fabiana y Feliciana, que no eran precisamente top models de la época y que, además de feas, se ve que eran un poco cortas de entendederas. Gil Imón no las llevaba por tener compañía, sino con la intención de que en alguna de esas fiestas a sus hijas se les acercase un par de pretendientes que las cortejasen, le pidieran la mano luego a Gil, y todos tan felices. Pero claro, por mucho cargo que tuviera Gil Imón, la gente no es ciega ni tonta (o no todos), y se ve que fiesta tras fiesta se repetía la misma historia: Gil Imón aparecía con sus hijas, se sentaban en una esquina a esperar…y esperando se quedaban.
En este punto de la historia tengo que hacer un inciso: en el siglo XVI a los jóvenes se les llamaba de manera informal pollos, y a las jóvenas, pollas. Como una y otra vez Gil Imón aparecía con sus hijas, las malas lenguas empezaron a cuchichear cada vez que le veían entrar: «mira, ahí va otra vez Gil y sus pollas». Obviamente se tardó poco en extender la fama, se tardó poco en acortar la frase a «ahí va Gil y pollas» y claro, ante la situación repetida, con unas hijas tan lerdas, y en un país en que adoramos insultar, menos se tardó en acuñar la unión de «Gil y pollas» para menospreciar a alguien desafortunadamente tonto.
De nada por la lección cultural. ¡Buen finde, gilipollas!
Solo sigo este blog por tu padre. Que grande!
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De nada por la idea, Santiago. Te ha quedado muy bien la entrada, aunque tendrías que haber traducido el italiano.
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Gracias padre por la idea y por el comentario! Mejor lo dejo sin traducir que me vetan…además se sobreentiende bastante bien jajaja
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