Relatos

Tarjeta morada

Como cada día, el despertador me suena a las 6 de la mañana. Los párpados me pesan una barbaridad y las ganas de levantarme son escasas, por no decir ninguna. Anoche la pequeña dio guerra, tardó en dormirse y hasta que conseguí que dejara de llorar, tras todo tipo de nanas y paseos por casa, habían dado las 2 de la mañana. El día en el trabajo iba a ser duro.

Sin hacer mucho ruido para no molestar a mi pareja, comienzo a preparar el desayuno en la cocina. Siempre dejo café hecho para dos, huevos revueltos para dos, zumo para dos, y la mitad de la barra de pan para quien se despierta un par de horas después que yo para ir a su trabajo de oficina. Responsable de Compras, el sueldo principal de la casa, mucho estrés…se lo merece, y no me cuesta nada facilitarle algo la vida. Al terminar de desayunar, aprovecho los 15 minutos que siempre me sobran antes de salir para plancharle la ropa que se va a poner hoy. Que no se diga que no se arregla. Doy de comer a la niña, palmaditas en la espalda, y espero a que llegue el cuidador para irme a mi trabajo.

Llevo ya limpiando en este piso varios años y me tratan bastante bien, con respeto, me llevo bien con los dueños, y aunque no cotizo a la Seguridad Social, llevo a casa otro salario que ayuda a la economía familiar. Cuando llego, la mujer ya se ha ido y el marido está dando de desayunar al pequeño. Poco después, mientras estoy enfrascado con las camas, le lleva al colegio. No volverá hasta unas horas después porque se dedicará a hacer lo mismo que yo cuando salga de aquí: ir al mercado, recoger un traje de la tintorería, dar un paseo, recados varios. Cuando tengo la casa para mí solo, aprovecho para oír la radio. La Presidenta del Gobierno está hablando sobre la violencia de género. Ayer mataron a otro hombre, en un caso bastante parecido al de la semana anterior: solicitud de divorcio, orgullo de su mujer, 8 puñaladas. Y ya van casi 20, con lo poco que llevamos de año… Intento tranquilizarme escuchando la tertulia de después de las noticias. 2 mujeres y 2 hombres de diferente ideología charlan sobre el asunto, uno de los temas candentes de la actualidad, y más ahora que se aproxima la huelga general. Es reconfortante saber que la opinión es generalizada y compartida. Una de las tertulianas comenta que es muy triste la cifra, pero que habría que ver también la cifra de mujeres asesinadas, y que no tiene sentido denominar violencia de género a asesinatos entre “personas”. Apago la radio y sigo a lo mío.

Antes de continuar con el día tras las horas que echo en el piso, me paro a tomar un café donde suelo hacerlo a veces. El debate prosigue en la televisión y entre las propias feligresas del bar. En la pantalla, las cifras de mujeres entre los altos cargos de empresas (escandalosamente altas frente al sexo opuesto) y gráficas de cómo disminuye la paridad salarial conforme llegan las edades generalmente fértiles de los hombres. En la mesa que tengo al lado, un grupo de amigas está comentando la información. Una de ellas resopla, diciendo que está harta del temita y que si no habrá más problemas en el mundo. Otra se mofa del hecho de si ahora va a tener que pedir perdón por tener vagina. La tercera saca el móvil y les enseña un meme que le han pasado. Lo lee en alta: “yo apoyo que mi marido vaya a la huelga porque me parece justo reivindicar una igualdad real de derechos y deberes, aunque se le vaya a acumular mucha plancha”. Todas se ríen, y hasta yo lo habría hecho en otra ocasión. Pero hoy no tengo ganas. Me levanto a pagar el café, y mientras me acerco a la barra escucho justo de la misma mesa a una de ellas decir:

– Vaya hijo, estas vistas sí que son un buen despertador y no lo que me acabo de tomar.

Hago caso omiso, pero claro está, antes de salir por la puerta otra de ellas no puede aguantarse: Guapo, yo por ti iba a la huelga y lo que me pidieras.

Lo que prosigue del día intento evadirme mientras hago la compra, preparo la comida, y voy a casa a estar con la pequeña cuando se va el niñero. Veo una película en la tele donde una mujer cualquiera de la calle termina salvando al mundo de un meteorito gigante que se va a estrellar contra la Tierra, cómo no en el último segundo. La siguiente que echan es de una superheroína, pero me entra sueño y aprovecho para coordinarlo con el de mi hija. Me despierto de la siesta acordándome que quería comprarle un perfume de regalo a mi mujer. Me acerco a un centro comercial a 15 minutos andando de casa, y ya dentro me atiende un chico que parece modelo, con una ropa que hasta a mí me parece sugerente en exceso. Me recomienda varias opciones y elijo la que me parece que mejor huele. Ya llevo un rato fuera, así que mejor voy rápido a casa a ver si la niña se ha despertado.

Como es invierno ya ha anochecido, e intento acelerar el paso aún más. No vivo en el barrio más inseguro de la ciudad, pero hace cosa de 2 meses violaron a un chico tres calles al lado de la mía y últimamente vuelvo algo intranquilo a casa cuando hay poca gente y está oscuro. Me faltan unos 5 minutos para llegar y de repente, de no sé dónde, sale una chica de una esquina…

Ha pasado una hora, tengo el corazón acelerado, estoy temblando de miedo, pero estoy más seguro que nunca de lo que voy a hacer. He dejado el regalo en casa, aún no he hablado con mi mujer por teléfono y he comprobado que la niña está bien. Entro por la puerta de la comisaría y pregunto si puedo hacer una denuncia de una agresión, pero en privado. Me conducen a un despacho y me sientan delante de una policía de la que desconozco el rango, pero eso me importa poco. Comienzo a hablar como puedo y a intercambiar preguntas y respuestas. Relato todo lo ocurrido tal y como lo recuerdo, que a pesar del miedo es bastante nítido. La chica que giró la esquina no parecía demasiado peligrosa, pero se me paró enfrente y me abordó, diciéndome que nunca me había visto por el barrio y que era raro porque estaba muy bueno. Intenté largarla diciendo que tenía prisa, pero medio me cortaba el paso y me decía que me acompañaba y me ayudaba con la bolsa. Por el rabillo del ojo intentaba mirar si había alguien en la calle, no sabía si gritar o era demasiado armar un espectáculo, notaba que los latidos me iban a mil por hora, intentaba razonar si estaba intentando robarme o algo peor. Empecé a decirle que me dejara en paz, escurriéndome por el lado y medio empujándola. Cuando por fin logré zafarme, noté un manotazo fuerte y firme en las nalgas. Llegué a casa alterado, medio llorando y sin saber qué hacer, pero tras un rato bloqueado en casa, decido que no me puedo quedar callado y tengo que denunciar los hechos.

  • ¿Pero ha llegado ella a meterle la mano por debajo de la ropa?
  • No…
  • ¿Y sólo le ha tocado el culo?
  • ¿Cómo que sólo?
  • Me refiero, no ha habido más contacto físico, no ha habido un forcejeo ni una agresión.
  • Si se refiere a si me ha violado, por suerte no. Pero creo que lo descrito es suficiente para denunciar.
  • ¿Pero usted ha mostrado su negación expresa con más ahínco, empujándole con fuerza y quitándole las manos cuando intentaba tocarle?
  • A ver…¿qué clase de pregunta es esa?
  • Necesito tener toda la información, señor, y si quiere denunciar tenemos que tener fundamentos suficientes para culpar a alguien.
  • ¿Le parece poco abordarme sin mi permiso en la calle, obstruirme el paso, atemorizarme, y tocarme físicamente una parte privada de mi cuerpo sin mi permiso?
  • Bueno a ver, es que usted también va vestido con unos pantalones bastante apretados, a lo mejor si los llevara más sueltos no hubiera habido ni contacto con el cuerpo…

Fui yo el que decidió parar el interrogatorio y marcharme boquiabierto de la comisaría, sin denunciar. Llego a casa. Tengo un sentimiento de hastío, asco, desesperación, impotencia, furia y rabia contenida. Pasan por mi mente todo tipo de improperios, imágenes, noticias, tópicos oídos y mal fundamentados. Mientras espero en el salón a que llegue mi mujer para contárselo todo en persona, pongo la tele. Están echando un partido de Champions. Las jugadoras han organizado una tangana y la árbitra enseña tarjeta morada a dos de ellas, expulsándolas. Me imagino a mí mismo, a lo largo del día de hoy, enseñándole tarjeta morada a todas aquellas que, por haber nacido con algo diferente entre las piernas, se creen con derecho a más que yo. Y me pregunto a mí mismo cómo sería todo si viviéramos en un mundo al revés, donde todo lo ocurrido invirtiera los géneros. Y la escena es igual de despreciable, horrenda y me aterroriza.

***

Escrito por la Asociación de Hombres que Aman a las Mujeres. Asociación que acabo de fundar, porque lo valéis.

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