Siena

Dándolo todo: última parte de Siena

Y se acabó.

¿Alguna vez os habéis mirado al espejo? Todos responderíamos a esa pregunta que sí. Al fin y al cabo, quién no se planta delante de de su reflejo para mirar cómo lleva los pelos, cuál es el nivel de ojeras de la mañana, si va siendo hora de afeitarnos la barba o no, vaya tela con ese grano que me ha salido, hay que ver como tengo los labios de quemados, no debería haberme teñido con ese tono…Vale, de acuerdo, pero yo no estoy hablando de eso. Mi pregunta es si alguna vez os habéis mirado realmente en el espejo. Porque yo el 9 de julio de 2011 por la mañana, antes de abandonar una casa en la que he vivido el mejor año de mi vida, me di cuenta de que nunca lo había hecho. 9 meses y 9 días más tarde de que cogiese mis bártulos el día después de un concierto de U2 y me plantase en Siena después de haber pasado un infierno solo en la estación de Bolonia, el sueño se acaba. Y tanto cúmulo de experiencias, viajes, amistades, regalos en forma de recuerdos, terminaron por volcar el vaso y hacerme mirarme de verdad, a mí, tal como soy después de este año.
Y ese «tal como soy» es difícil de describirse con palabras. De hecho, yo mismo plantado delante de ese espejo me di cuenta de que no se me venía ninguna. Tampoco, para bien o para mal, se me venían estudios encontrados en manuales de Derecho o Economía. Se me venían imágenes. Imágenes que si me hubieran puesto hace un año ni yo mismo me las podría creer. ¿Yo, hablando italiano? Pero si no sabía un carajo antes de llegar… ¿Yo, cocinando una tortilla de patatas? Pero si, como diría mi madre, antes no sabía ni freírme un huevo… ¿Yo poniendo lavadoras, planchando, tendiendo, y limpiando mi cuarto sin que nadie me lo diga? Pero si era tan vago que hasta cuando me lo pedían seguía 5 minutos más viendo los Simpsons… Y también se me venían canciones. Expertos en el tema dicen que el escuchar la estrofa de una canción puede generar en nuestro cuerpo más actividad cerebral que al exponer una tesis doctoral. Y no los desmiento. Al fin y al cabo, hoy en día se me ponen los pelos de punta cuando vuelvo a escuchar «Lady Madrid», de Pereza. O «Copenhague», de Vetusta Morla. O «Tranne Te», «Se parece más a ti», «Ma il cielo è sempre più blu», «Che bello è…» de los tifosis del Siena, «Nella Piazza del Campo…» del himno no oficial de la ciudad…
Pero mirarse al espejo, como ya pensaréis, no es el acto literal, así que no sólo en el cuarto de baño delante de ese cristal se me vienen imágenes. Miro a mi cuarto por última vez antes de cerrarlo y recibo un bombardeo de recuerdos. Esa noche en que llegué a mi casa, cargado de maletas y de ropa, muchas horas después de haber abandonado Sevilla, y ya solo en el cuarto me hundí psicológicamente pensando «pero qué has hecho, esto no es para ti». Que no es para mí… como os decía, ese era mi antiguo yo, porque al actual hubiera aparecido en ese instante y me hubiera dado un collejón enorme por ser tan iluso. También mirando mi cuarto recuerdo todas las fiestas que han pasado por allí. La fiesta ibérica, la del cumpleaños de Cris, la fiesta cani… o momentos peores, como cuando murió Valentina, o como cuando me senté a llorar como un tonto cuando el primero del grupo se había ido.
Cuando recibí la beca Erasmus pensé en rechazarla. Me dije «pero vamos a ver, cómo te vas a Siena, una ciudad enana perdida en medio de la Toscana, de la que nada sabías antes y tú que no sabes hablar italiano». Una amiga mía, aún sabiendo que yo no creo en esas cosas, me dijo «si te la han dado es por algo, es tu destino que pases un año en Siena». Sigo sin creer en el destino, pero echando la mirada atrás en el tiempo a ese momento igual le hubiera dado las gracias enormemente por sus palabras. Al fin y al cabo, este año y esta ciudad han cargado mi vida de recuerdos, de buenos momentos, y de cosas que echaré de menos. Salgo de casa y me doy cuenta de que echaré de menos a mi compañero italiano Alessio. Es poca la convivencia tenida con él, es cierto, pero cada momento pasado a su lado ha sido de provecho. Sus recetas culinarias, sus recomendaciones sobre qué ver en la Toscana, sus consejos en general… Sigo caminando y me doy cuenta de lo que me va a faltar la vista tan preciosa a la Toscana de mi casa. Esa paz casi mágica que se respiraba en el barrio, y que parecía que el mundo entero había dejado un reducto sin tocar a las afueras de las murallas de Siena donde sus habitantes no fueran conscientes del paso del tiempo.
Pero el paso de la mañana no hace más que darme bofetadas de realidad y hacerme caer en la cuenta de cuántas cosas dejo atrás. Echaré de menos a mis caseros, que en ciertos momentos me han parecido casi como mis padres italianos. Echaré de menos a su perro y los gatos de mi casa que siempre ronroneaban cuando los acariciaba. Echaré de menos la Porta Pispini, la Contrada del Nicchio, ir a comprar al Conad, escuchar italiano a todas horas por la ciudad, subir y bajar cuestas, las callecitas sienesas que se transformaban de noche en una postal sacada de una película medieval. Echaré de menos nombres de calles que me dicen tanto: Via del Villino, Pispini, Via Pantaneto, Via Porrione…echaré de menos Al Cambio, Vanilla y su DJ que tanto llegamos a imitar, el Café del Corso, la mensa de Bandini y la de Santa Ágata. Echaré de menos esos días que te volvías loco arreglando papeles: que si acuerdos de estudios, código fiscal, certificados de uno y otro sitio. Echaré de menos a la Universidad italiana, aunque parezca mentira, y también a su grupo Erasmus y a su maldito Presidente que no paraba de ligar, pero que nos organizó tantas fiestas que nos amenizaron nuestra estancia en Siena. Echaré de menos la Fortaleza, las Iglesias de Siena, escuchar tambores día sí y día también gracias a una ciudad que vive todo el año para una carrera de 2 minutos que también echaré muy el falta. Echaré de menos los partidos de baloncesto del Montepaschi y ver ascender al Siena para esa noche ponerme a bailar en un escenario con su Presidente y los jugadores. Echaré de menos viajar tanto. Florencia, Pisa, la Toscana entera, Venecia, Nápoles, Capri, Perugia, Roma, Cerdeña, Kaiserslautern, Holanda, Berlín, Dublín… Cada una de esas ciudades me trae a la mente algo. Como cuando apenas 3 días después de haber empezado el Erasmus me fui a Florencia con los que todavía eran desconocidos. O como cuando Luis consiguió que comprásemos sombreros por 3 míseros euros en Pisa. O aquella vez en que daba miedo conducir el coche por unos barrancos sólo porque queríamos bajar a uno de los pueblos de Cinque Terre. La primera vez que vi los canales venecianos. Perdernos en mitad de la noche en Nápoles sin saber a dónde ir. Comerme unos bocadillos en la paradisíaca isla de Capri mirando al paisaje con mis amigos. Ir con un conductor de autobús de vuelta de Perugia que casi consigue que nos matemos. Enamorarme de la hermana de un amigo italiano de un amigo de Sevilla con el que no podía pensar que aparecería en Roma. Conducir un tren a las 7 de la mañana por Cerdeña. Estar media hora haciendo guerras de nieve en Kaiserslautern. No parar de reír por culpa de un murciano y un «bocadillo» en el hotel de Ámsterdam. Conseguir el récord guinness de decir «NOTA MENTAL» en Berlín. Hacer que un conductor de bus pare porque no paramos de gritar y cantar en Dublín…
Y en mi último paseo por Siena llego a la Piazza del Campo. Parece mentira que sea tan bonita, y que lo que sea el puro centro histórico de una ciudad que hace un año no me decía nada se haya convertido en el foco de tantos y tantos recuerdos para mí. Esa selección de la Contradas, ese Palio, esa vez que vi bañarse a uno por el 5-0 del Barça-Madrid, esa noche meses después en que tuve que aguantar yo la celebración de la Copa del Rey. Tantos y tantos botellones. Tantos cafés para llevar del Porrione tomados al sol y tantas charlas. Tantas veces que se han tirado encima mía mis amigos. Aquella entrevista de la televisión sienesa. O aquella noche en que sin venir a cuento un grupo de personas se puso a hacer volar globos iluminados con fuego. Cuántas veces me habré tumbado allí en los últimos días a contemplar las estrellas. Y sobre todo, cuántas horas hablando y riendo.
Porque llegados a este punto de mi reflexión final del Erasmus, mirándome en ese espejo mientras camino rodeado de amigos a la estación de tren de Siena, lo que más se me vienen a la cabeza son nombres. Nombres que hace un año si los escuchaba no sentía nada, pero que ahora por fortuna siempre me harán sonreír. Noelia. Alaitz. Cristina. Abuelo. Wasp. Julia. Henar. Patri. Javi. Luis Acho. Feli. Kike. Santi. Joe. Alberto. Luis Palencia. Víctor. Pero no son los únicos. También me acuerdo de las portuguesas y las inglesas que daban tanto juego, los murcianos que estudiaban medicina y que siempre me invitaban a todo, los chicos y chicas del grupo Erasmus que siempre te amargaban el examen de esa semana con tanta fiesta, los italianos que conocí en clase y que me ayudaron con los apuntes, ese siciliano de nombre Adriano que tan enamorado de Andalucía estaba. También recuerdo a Giorgina, a Anna Lisa, a Kris la croata, a Barbara, a aquella chica griega del Cambio, a la otra italiana de Vanilla, a aquella madrileña que estaba de visita, a Filipa la portuguesa, a Leticia alias «la católica». A Raquel…
Porque un año da para muchas cosas. Como ya he dicho, mucho viaje, mucha fiesta, mucha cerveza, mucho ron, mucho vino, muchos cafés, muchas risas. Pero al final, aparte de los momentos buenos, te quedas más que nada con las personas. Personas que no pensabas que podrías llamarlas «familia». Son muchas horas pasados juntos. Muchas comidas y cenas, muchas charlas en el Porrione, muchas sobremesas en la mensa, muchos comentarios de la jugada de la noche anterior cuando éste o aquél se fue con ésta o aquella, muchas briscas en el Il Contro, muchos bailes en el Cambio. Así podría seguir días. Tantos como momentos pasados al lado de personas que de ser completamente desconocidas te das cuenta que conoces mejor que a la mayoría de tus amigos de toda la vida. Te dan el Erasmus, sí, pero luego te dan una patada en el trasero y te devuelven a la realidad donde ya no habrá más cánticos de Noelia de «Santi, Sevilla, hazte una tortilla» en ese autobús de vuelta de la fiesta in Collina. Ya no volveré a escuchar a Alaitz diciendo «aupa amantes» cuando llega para tomar un café. Ni a Cristina ponerse a cantar sin venir a cuento paseando por Lucca. Tampoco volveré a ver al Abuelo mover la pierna al son de la música como si se le fuera a salir la articulación en esa discoteca de las afueras de Siena. A quién voy a oír decir «como el copó» como lo decía Wasp en esa cena de Navidad. Creo que ninguna me dará abrazos tan dulces como me los daba Julia a todas horas y sin pedir nada a cambio en las innumerables noches en la Piazza del Campo. El arte rascándose la nariz de Henar no creo que vuelva a encontrarlo por ahí como lo hacía en la mensa. A quien voy a insistirle tanto en que se deje de morder las uñas si no es a Patri cenando en su casa. Quién me va a traer desayunos mediterráneos a mi casa simplemente por estar conmigo unas horas más si no es Javi en mi último día en Siena. No creo que vuelva a ver a nadie con tanta gracia portando botellas y botellas de vino a mi habitación y bailando al mismo tiempo como Luis Acho en esa fiesta en casa organizada por Víctor. A nadie le va a gustar tanto mi risa de pulgoso como a Feli esa noche del Palio. Si Kike no me llama pidiéndome que baje hielos a todas horas no creo que un botellón sea lo mismo, a pesar de que me llame desde Bari y yo no haya ido. Cuando vuelva a jugar al «Lobo», nadie pondrá esa sonrisa de complicidad como Santi en esa casa donde más tarde haríamos una estupenda fiesta hippie. No creo que haya nadie sobre la faz de la tierra que se levante tan destrozado como lo hacía Joe de esa cama de Via del Porrione. A quién le corrijo yo ahora tan repetidamente los leísmos, loísmos y más ismos si no es a Alberto por las calles de Alghero. No encontraré alguien tan golfo con quien sudar tanto de comer chorizos al vino como Luis Palencia. Y me pregunto seriamente quién me va a aguantar tan bien como lo ha hecho Víctor viviendo bajo el mismo techo un año entero. Señores, sé que estaréis leyendo esto, y simplemente quiero deciros que os quiero, una vez más y aunque resulte pesado, pero no me cansaré de repetíroslo. Un hombre sabio dijo alguna vez que la riqueza de una persona puede medirse por la cantidad y calidad de sus amigos. Os doy las gracias por formar parte de mi fortuna.
Sí, es una putada acabar el Erasmus porque todo eso, ya, no se va a volver a repetir. Pero si realmente creo en lo que he dicho cuando he escrito la palabra «familia», si realmente os doy las gracias a todos por haber compartido este año conmigo, si realmente os quiero tantísimo, esta familia no se va a romper. Al menos, por mí. Viviremos cada uno en nuestro sitio, nos veremos mucho menos que antes, no compartiremos tantas horas al día ni surgirán momentos espontáneos con una simple llamada de móvil, pero sé que seguiremos estando cada uno ahí. Porque eso es el Erasmus. No es ir de fiesta en fiesta desfasando, ni parar de viajar, ni no aprender nada en la Universidad, no es tener ligues de una sola noche ni haberte olvidado de lo que hiciste la noche anterior. Es crear una serie de lazos con personas durante un año que hacen que no vayas a olvidarlas en toda tu vida. Es compartir momentos buenos y malos al lado de gente, que podría dejarte de lado al pensar que como es solo un año no merece la pena esforzarse, pero que en cambio siempre tienen un gesto de cariño. Es vivir el día a día de una manera tan intensa que hace replantearte el que igual hasta ahora no lo habías hecho bien.
Y por último, el Erasmus es lo que ha conseguido que yo me mire al espejo. Que mire hacia atrás y vea cuánto he aprendido en un año. Todo lo que he ganado, todo lo que he vivido, reído, disfrutado, no se puede resumir en un correo. Pero sí se puede resumir en un gesto. Y yo os aseguro que cuando me miré al espejo, sonreí.
Os añado un vídeo que ha creado Víctor de nuestro Erasmus:
Ci vediamo…

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