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Morriña

Hace unos años, un anuncio de turismo llamado «Galicia. Destino atlántico» describía, a través de la espectacular voz de Luis Tosar, lo que significa la palabra «morriña». Seguramente antes no se usase tanto fuera de Galicia, mientras que ahora ya es una palabra mucho más extendida para describir ese sentimiento de melancolía y tristeza por estar lejos del lugar natal y de tus seres queridos.

Cuando era un crío (y no tan crío) me hacía el interesante en Sevilla diciendo que yo era en realidad gallego. Por aquello de ligar y tal. Yo había oído que los de fuera siempre atraían más a las chicas, así que a veces hasta me atrevía a intentar imitar el acento gallego cuando hablaba con alguna. No es una sorpresa que llegase virgen al final del instituto.

La realidad es que yo no nací allí, pero mi padre sí, y desde bien pequeño tanto a mi hermana como a mí nos enseñó a amar A Coruña y Galicia (menos Vigo). Su madre tampoco era natural del norte, pero por buscarse un futuro mejor, dejó Andalucía teniendo apenas 17 o 18 años, se subió al norte, se enamoró de un hombre de Arteixo de apellido Castro (cómo no), se casó y tuvo 2 criaturas. A mi padre años más tarde, antes de casarse y hacer el camino inverso que había hecho su madre y terminar viviendo en Andalucía, le dio tiempo de tener un ramalazo de estos de juventud y galleguizarse el nombre, así que desde que cumplió la mayoría de edad pasó a llamarse Xosé Manoel. No, si de tal palo…

Creo que mi primer viaje largo fue un Sevilla-Coruña. Desde pequeños, mis padres nos han llevado a Carmela y a mí a todos lados, pero de los viajes que siempre recuerdo son los nocturnos en coche a Coruña. Mi madre colocaba unas maletas blandas llenas de ropa a los pies de los asientos traseros, y con unas mantas transformaba el coche en una mini-caravana donde, por el tamaño de aquella época, mi hermana y yo cabíamos tumbados en esas camas improvisadas. Mi padre hacía el esfuerzo de trastocar sus horas de sueño y conducir toda la noche para que sus hijos pudiesen dormir y un viaje de 10 horas no se les hiciese tan pesado, y para no despertarnos ponía casetes de música muy bajita, con Pink Floyd, Dire Straits o The Beatles como principales protagonistas. Sólo nos despertaba cuando íbamos a cruzar el túnel de Guadarrama, ya que por aquella época la Autovía de la Plata no estaba hecha y solíamos subir por Madrid. Mi hermana a veces seguía durmiendo, pero yo era más pequeño y me quedaba embelesado con las luces de casi 4 kilómetros de túnel. Hoy en día y cómo son las cosas, me desespero en la M30 soterrada cada vez que pierdo la señal del GPS y cojo la salida equivocada.

No seré gallego de nacimiento, pero la sangre y subir todos los años al norte ha ido forjando con los años ese sentimiento de morriña desde el día en que me voy de la Rua Monasterio de Caaveiro hasta que vuelvo. Y como cada uno tendrá sentimientos diferentes, me vais a permitir que os describa los míos.

Morriña para mí es ver por las mañanas de verano el Xabarín Club, a pesar de no entender la mitad de lo que decía ese jabalí. Mi padre me dio en su día, entiendo que con intención de que aprendiera galego, el típico libro infantil con dibujos de objetos cotidianos de casa, calles y paisajes donde cada cosa venía con su palabra gallega encima. Como cuando me dio una guitarra y unas partituras y me dijo «ala, ya puedes aprender», con el idioma me sucedió exactamente lo mismo. Por ello a día de hoy no puedo componer canciones a la guitarra en gallego, claro.

Morriña es echar de menos el graznido de las gaviotas como música de fondo cada día. O el repicar de las gotas de lluvia como despertador por las mañanas junto con el sonido del viento aullando en esa esquina tan ventosa. Las olas rompiendo en Riazor y la melodía de la gaita entrando en la Plaza del Obradoiro. Los conciertos gratis en la playa o cualquier plaza, y haber podido disfrutar sin pagar un euro de Dover, M-Clan, Antonio Vega o Jarabe de Palo, por mencionar sólo algunos.

Morriña es estar ansioso por un sorbo de Estrella en La Cervecería de Cuatro Caminos, acompañada de unas patatas Bonilla, esa droga que debería estar prohibida. Sentirme desubicado cuando no te entienden al pedir Ribeiro en cunca o el pulpo no viene en plato redondo de madera con palillos. Y el pan, ese puto pan que tan bueno está joder.

Morriña es el olor del mar, que desde Madrid es complicado disfrutar por desgracia, y del eucalipto que tanto abunda por la reforestación. La fragancia de mi abuela mezclándose con las patatas al vino y laurel recién hechas.

Morriña también son disfrutar de las lágrimas de San Lorenzo, cuando las noches despejadas lo permiten.  Admirar la Torre de Hércules, la Feria Medieval o las casetas regionales y su ambiente. Por no decir cuando me quedo embobado mirando al horizonte desde ese octavo del Ventorrillo, o me emociono al ver una flecha amarilla en una esquina.

Morriña es el escalofrío que me recorre todo el cuerpo cuando meto los pies en el agua de la playa de Santa Cristina (o en cualquiera de la zona, para qué nos vamos a engañar). El dolor de pies que terminas olvidando al acabar el Camino, o de cabeza tras una noche por el Orzán o la Marina que se te fue de las manos por culpa de tu círculo gallego que tranquilos, lo que se dice tranquilos, no son.

Morriña son mi familia gallega, la de sangre y la elegida por mí y por mis padres, que como personas sabias escogieron a personajes difícilmente catalogables, pero que siempre sacan un rato para tomarse un albariño conmigo (más bien varios). La finca de José Antonio y Maruchi, sus perros, los baños en la piscina, ser perseguido por gallinas asesinas y comprobar año tras año que el naranjo que les regalamos no crecía. Limiñón y las queimadas conjurando a las meigas, o las comilonas de raxo con mi tío y mis primos.

Morriña es todo lo que hace que, por muy andaluz que sea, me sienta orgulloso y agradecido de tener una esquina de España a la que escaparme cada vez que necesito recuperar el norte.

Pero sobre todo, para mí morriña es ella y los años de vida que gano cada vez que la oigo cantar y reírse.

13 comentarios sobre “Morriña

  1. Como siempre, la falta de ortografía: » hala,…..». Os deseo felices fiesta y, al menos, dichoso ( lo de feliz es pretencioso) 2024. Dáselo a tus padres de mi parte (aunque no conozco a tu hermana, dáselos rambién). Si vienes por aquí, llámame, nos tomamos un café dinde quieras.

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    1. Me alegra que sigas leyéndome y corrigiéndome las faltas de ortografía, Neftalí. Aunque es gracioso que la escribirme tú mismo hayas cometido una («dinde» en vez de «donde»…la edad, ya se sabe). Bajo a Sevilla todas las fiestas hasta mitad de enero, así que tenemos tiempo de sobra de tomarnos un desayuno un día por el centro. Mejor a partir de Nochevieja, que antes tendré que teletrabajar y compromisos varios. Escríbeme si ves que se me olvida. Un abrazo y Felices Fiestas!

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  2. Fermosas verbas, sobriño. Quizáis algún día poidamos manter unha conversa ti máis eu en galego, que é unha lingua ben agarimosa e expresiva, aínda que abondo asoballada, mesmo nestes tempos.
    Parabéns pola túa expresividade. Unha aperta moi grande!

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  3. Y por cierto , también coincido contigo , que hay que ser fino con los orígenes a la hora de ligar , a mi me sucedió lo mismo … dije durante un tiempo que era de mi aldea , y nada de nada … hasta que dije que era de La Coruña , y chas !!! , éso funcionaba .
    Sigue escribiendo y unha aperta !!

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  4. Santiago , al leer las primeras líneas me dí cuenta de que iba a leer todas las líneas … engancha tú modo de escribir , y el modo de expresar el sentimiento de la palabra morriña , sobre todo define que eres una buena persona , que escribes muy bien , y que aunque fueras de Zambia , serias mi compatriota .
    Muy de acuerdo con tu padre al querer inculcarte el amor a Galicia menos a Vigo ( jaja ) .

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  5. Santiago, hijo, se me han saltado las lágrimas leyendo este post, maldita sea. Te lo he dicho muchas veces, si dedicaras más tiempo a escribir en lugar de a otros menesteres, que podrías compaginar, seguro que llegarías lejos. No esperes a jubilarte, como yo.
    Y me encanta que haya podido inculcaros a Carmen y a ti el amor por Galicia. Me queda la pena de no haberos podido enseñar a hablar en gallego, pero me temo que ya es un poco tarde.

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    1. Me imaginaba yo que igual algo te gustaría oye jeje…me alegro padre, y los otros menesteres es que si me gustasen menos dejaría de hacerlos, pero claro…el tiempo es el que es y quiero aprovecharlo para todo, qué te puedo decir…

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