Relatos

Días de lluvia

Desde hace unos años a Ramón le encantan los días de lluvia.

Vive en un país donde la cultura del sol lo impregna todo: las terrazas, las playas, las energías renovables, el turismo…tenemos hasta una «Costa del Sol» que aglomera a miles de guiris todos los veranos, piensa. A la gente le encanta estar en la calle, darse paseos por los parques, correr al aire libre, hacer rutas de senderismo y en bicicleta…todo para acabar sentados en una terraza, como camaleones, con gafas de sol y cogiendo «colorcito» con una cerveza o un vermut en la mano. Él, en cambio, lo detesta.

Es 14 de marzo de 2025 y hace 5 años que se declaró en España el estado de alarma. Fuera, la lluvia arrecia y empieza a convertirse en granizo, convirtiendo el sonido en una música celestial para sus oídos. Casi nadie podrá salir a la calle hoy. Sonríe.

Desde su piso en Madrid, lleva días viendo cómo no cesa de llover. No recuerda una concatenación de días y semanas lloviendo tan fuerte. Los meteorólogos ya dicen que este marzo batirá todos los récords registrados hasta ahora. Hace meses hubo varias comunidades de España que estuvieron a punto de verse obligadas a imponer restricciones de agua. Los pantanos están ahora, en cambio, al borde del colapso. Algunos de ellos han tenido que empezar a evacuar para no desbordarse.

La situación es inaudita. En la franja norte de España esto sería algo, dentro de lo que cabe, normal. Los gallegos podrían decir que están acostumbrados, que esto es una primavera al uso. Pero las redes se están llenando de memes. Que si el que sea deje de rezarle a la Virgen de la Cueva. Que si lo asturianos han exportado su tiempo al resto del país. Que si lo andaluces están ya con branquias en el cuello…Ramón ve los memes y apenas consiguen sacarle una sonrisa los más irónicos.

Hace ya tiempo que se nota más arisco, contrariado, que le gusta menos hablar con la gente y que, desde luego, no le gusta nada salir a la calle (menudo engorro). Lo nota él y se lo dicen sus amigos más confidentes. «Ramón, no puedes seguir así, mirando la vida desde la ventana de tu casa. Tienes que animarte a salir, que te dé el aire, aunque te cueste…pero hazlo por ti y por lo que te quieren». Él escucha sin mirar al interlocutor a la cara, resopla y suele mascullar algunas palabras que a veces no entiende ni él mismo. Lo que más le gusta a continuación es escuchar el suspiro resignado del amigo o amiga de turno, mirando al suelo. Nota cierto subidón cuando entiende que la otra persona, como él mismo, termina por darle la razón y da la batalla por perdida.

¿Depresión? ¿Agorafobia? No. Lo suyo es más bien un odio acérrimo hacia el mundo exterior, hacia el ser humano, hacia esos millones de personas que habitan la Tierra y van corriendo por ella sin un propósito, sin ser conscientes de lo que tienen, sin valorar sus miserables vidas.

Sin embargo, aunque algunos personajes famosos en redes se lo tomen con humor, este tiempo inusual en España está dejando el humor de la gente muy tocado. Y eso le encanta. Lo nota en el ambiente. La gente entrevistada en las noticias está cada vez más resentida. Sus amigos, más apagados e irascibles. Algunos le han llegado ya a contestar con insultos a lo que antes eran palabras comprensivas. «Ramón, vete a la mierda un poco, anda» le espetó uno de sus mejores amigos mientras salía contrariado de casa. Recuerda feliz ese momento, que le duró hasta que un rayo de sol se coló por su ventana, anticipando una tregua a la incesante lluvia.

Recuerda también lo feliz que fue hace 5 años, cuando Pedro Sánchez decretó el estado de alarma por televisión. Todos a casa, sin moverse, y sin saber hasta cuándo. Cada dos semanas, cuando escuchaba en las noticias que la inmovilización total, sin poder salir a la calle, sin poder viajar, con todo cerrado, con cero contacto social, seguía extendiéndose en el tiempo, él sentía una inexplicable alegría. «Ojalá esto dure para siempre». Pero no fue así, y en los últimos años desde aquello, hasta estos días en los que parece que Dios ha abierto las compuertas del cielo, impidiendo desarrollar una vida normal en las calles, no había vuelto a sentir un atisbo de ilusión por despertarse cada día. Como anheló en su momento, implorando que el confinamiento durase eternamente, lo volvía a pensar ahora: «Virgencita de la Cueva, que llueva que llueva y que nunca pare de llover».

Desde hace unos años a Ramón le encantan los días de lluvia. Los mismos años que hace del accidente. Si él no puede moverse de cuello para abajo, que el resto de la gente se joda por no moverse de casa por unas gotas de nada.

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