Tras los prolegómenos que os conté en la anterior entrada, prosigo.
Aquello ocurrió tal que un lunes de hace dos semanas. La frase aproximada de la Doctora fue «te quedas al menos hoy aquí, y ya veremos mañana».
¿Cómo que «YA VEREMOS MAÑANA»? Vamos a ver, señora, que usted no me conoce a mí y yo tengo TOC, y necesito apuntarme en mi calendario de Google exactamente cuántos días voy a estar aquí y a qué hora salgo, o el universo implosionará. Por no decir que tengo un bonsái ya muerto que regar, un profesor de guitarra al que avisar, pádel, tenis, gimnasio, una madre a la que le puede dar un patatús si se entera de esto, planes entre semana y gente que necesita de mi presencia…ah, y un trabajo que digo yo algo habrá que hacer con él.
Controlando el mini-ataque de ansiedad, los sudores fríos y los temblores de la mano ya no por la fiebre sino por lo que acababa de oír, intenté aparentar tranquilidad, miré con una sonrisa a la Doctora y le pregunté lo más educadamente posible CÓMO QUE YA VEREMOS MAÑANA PEDAZO DE MATASANOS DIME CUÁNTO TIEMPO DE VIDA ME QUEDA O MÁTAME YA PERO NO PUEDO VIVIR EN ESTA INDETERMINACIÓN.
Vale puede ser que eso únicamente lo pensase y lo formulase de otra forma gracias a mi autocontrol después de tantos años de Karate, pero os puedo asegurar que la respuesta siguió siendo la misma. «Pues nada, empieza mi condena» pensé.
Lo primero en un ingreso hospitalario es que te hacen sentir muy desvalido. Yo llevaba sentado toda la tarde y cuando por fin me asignaron habitación, vi la oportunidad de estirar las piernas e ir andando. Mi deseo se vio radicalmente torcido cuando apareció el enfermero con una silla de ruedas y me dijo que me sentara. «Pero si yo estoy bien» dije, a lo que él me contestó «nanai, es el protocolo». Y así me condujeron a la habitación, con una vía puesta en cada brazo, empujándome en silla de ruedas, las pocas pertenencias que había llevado encima de las piernas, y todo escrudiñado por el público asistente en el hospital en ese momento.
Mientras miraba al vacío replanteándome qué le había hecho yo recientemente al karma para merecerme esto, el enfermero llamó al ascensor y me confirmó que me habían asignado la habitación 404, en la planta cuarta. Mi cerebro activó la señal de emergencia. Un momento…planta cuarta…eso era una película de unos niños con cáncer que se morían EEEHHH DISCULPEN USTEDES A DÓNDE COÑO ME ESTÁN LLEVANDO Y QUÉ DIAGNÓSTICO REAL NO ME ESTÁN QUERIENDO DAR. El chaval me pegó dos guantás y me zarandeó contra la silla a lo Aterriza como puedas, aclarándome que eso era en el edificio anexo, no en este, pero que como siguiese así me llevaría allí al matadero.
Tras tranquilizarme y un pequeño recorrido de la vergüenza sentado en mi silla, llegué a la habitación 404, que estaba vacía. Lo primero que me llamó la atención es que la habitación sólo tenía un sofá, armario, televisión, un cuarto de baño, pero sólo una cama. Maldita sea, dije en voz alta, voy a pillar la cama antes que llegue el siguiente paciente y me toque dormir en el sofá. El enfermero se rio y me dijo que estuviera tranquilo, que era una habitación para mí solo. Bendita sanidad privada y capitalismo, carajo.
Cuando me quedé solo, empecé a escribir a mi gente cercana de Madrid que, sabiendo que no tendrían mejor plan, acudirían ipso facto en mi auxilio. Mientras llegaban, empecé a inspeccionar mi alojamiento para las próximas horas (O ESO PENSÉ YO). He de decir que he estado en hoteles mucho peores de lo que era aquello, y encima en los otros no te ponían drogas en vena. La tele era gratis (aprende, Ayuso), había una tablet que se las prometía como vía de entretenimiento pero no servía absolutamente para nada, y me entretuve en el baño un rato admirando un neceser lleno de utensilios que me habían dejado y unos aparatos con formas raras colocados enfrente del váter que no tenía yo muy claro para qué servían. Justo en ese momento llamaron a la puerta de la habitación y sin esperar respuesta, pasó una enfermera. Me observó un momento y me preguntó «¿necesitas ayuda para ir al baño?». Ya está, me había teletransportado a una película porno. Por un momento tuve la tentación de poner mi cara más pícara y decirle «sólo si puedes con mucho peso». Menos mal que mi mente fue rápida en hacerme recapacitar (((Santi, no te crees NI TÚ eso que vas a decirle))) y que, observando mejor a mi interlocutora, quizás esta vez lo dejase correPASAR, lo dejase pasar. No obstante, la curiosidad me pudo y le consulté por qué me había preguntado. «Hombre, como he llegado y estabas mirando los diferentes orinales…»
No hace falta que os diga la vergüenza que pasé tras aquellas duras declaraciones y mi cara al caer en la cuenta de qué eran esas formas extrañas de plástico. Mientras balbuceaba una pobre excusa de ignorante total, la enfermera me dijo que me tenía que poner el gotero. Y así, sin haberlo pedido y sin que nadie me preguntara mi opinión, pasé a vivir atado a un palo con ruedas y un cable enchufado a mi mano, sin que ni siquiera pudiera separarme de ello para ir al baño a probar a hacer mis necesidades en los objetos esos raros por mera diversión.
Lo que sí fue divertido fue ver la cara de mi primera visitante, que acudía a dejarme caprichos de comida y un cargador de móvil. Resulta que tras la primera enfermera que me puso el gotero, acudió otra a enchufarme antibióticos y colocarme un nebulizador. El nebulizador este no deja de ser una mascarilla que evapora un líquido que ayuda a abrir los pulmones, sin más, pero la estética hace que parezca que te quedan 2 minutos de vida, literal. Como mientras tenía eso puesto no podía hacer gran cosa, me tumbé en la cama a hacer lo que llevaba deseando desde que había entrado en la habitación 404: cama arriba, cama abajo, cama arriba…y así estaba yo, con pinta de estar a punto de morirme y haciendo el capullo cuando llegó mi amiga. Amiga que se fue preocupada, como es normal. Tampoco se quedó mucho menos preocupada la siguiente que vino, que por suerte para mí me trajo un libro de regalo.
Abro melón. ¿Creéis que estar en un hospital es aburrido y se pasa el tiempo lentísimo porque no hay nada que hacer? Acompañadme en esta triste historia.
Cuando se fueron las 2 visitas, me disponía a disfrutar de una tranquila noche de lunes con serie en el móvil y lectura. Primero llegó la cena, que…bueno, digamos que agradecí la comida de fuera del hospital que me habían traído. Después de la cena, me tumbé plácidamente en la cama a leer y entró otra persona a retirarme la bandeja. «Bueno, ya es tarde y me dejarán dormir tranquilo». Pero no, antes de apagar la luz entró otra persona a medirme las constantes y a darme las buenas noches. Eché en falta que me arropase y un beso en la frente, pero no tengo la tarifa Premium de Sanitas.
No soy la persona que peor duerma del mundo, pero tampoco la mejor. Ya os digo que las primeras noches que intento dormir en camas que no son la mía habitual no entran en mi top de sueño plácido. Obviamente, aquella no fue una excepción. Nunca había dormido con 2 agujas metidas en mi cuerpo y un cable conectándome a un suero todo el rato y hombre, agradable agradable no es. Tampoco ayudó una puta luz de emergencia dentro de la habitación que no había forma de regularla o apagarla y que simulaba la ruta de escape de Chernóbil, ni que a las 6 de la mañana entrase la primera persona del día a cambiarme el líquido del suero por protector gástrico. Como aún era temprano, intenté seguir durmiendo un rato, pero a las 7 entró una mujer a medirme las constantes. Otra vez, pero vamos a ver, que tengo 35 años por favor que estoy bien.
Seguí intentando dormir, pero al rato vino una enfermera que me dijo que tenía que sacarme sangre. Genial, ahí tienes el otro brazo que me dejaron puesta la vía. No no, pero de ahí de no, de la mano. Pero vamos a ver chiquilla, que me dejaron esto puesto precisamente para eso. Es que de ahí, no te puedo sacar…si no quieres de la mano, te saco de la pierna. Sí de la de en medio, no te jode…anda, saca de la mano que me tenéis contento. Daño no, lo siguiente que vi las estrellas y tuvo que venir hasta una compañera a ayudarla a evitar el destrozo.
¿Seguir intentando dormir tras aquella sangría? Intentarlo, porque para conseguirlo no tendría que haber venido a las 8 la que te vuelve a poner antibiótico en vena y otra vez el nebulizador, que me apodaban ya Darth Vader en la planta. Al rato vino la misma a quitarme mi querida máscara y desenchufarme el antibiótico, pero antes de que me anclara de nuevo a mi inseparable gotero, mi lucidez hizo preguntarle «oiga, y con esto enchufao, ¿cómo hace uno para ducharse?» En un universo paralelo, la habitación se hubiera iluminado de luz roja, una música sexy hubiera comenzado a sonar, y la chica de repente luciría un look de enfermera de Halloween, a lo que me diría «tranqui tonto, ya te duchamos nosotras» y otras 3 compañeras hubieran entrado. Pero claro, la muy cabrona se limitó a quitarme el gotero por un rato, decirme que la avisara cuando acabase para volver a conectarme, y destrozó así mis sueños perversos pero legítimos.
Después de la ducha vinieron a conectarme de nuevo. Después entraron a dejarme el desayuno. Después alguien entró a retirarme el desayuno. Después entraron dos a hacerme la cama. Después entró una persona a cambiar las toallas del baño, pero no era la misma persona que entró a limpiar el cuarto a continuación. Luego al rato pasó ronda la doctora, aunque no la misma que decidió condenarme ayer. Eso sí, su decisión fue «bah ya que estás aquí vamos a dejarte un día más por aprovechar el ingreso». Claro que sí guapi, el científico «ya que estás» que se estudia en Neumología II de Medicina de la Rey Juan Carlos para luego no sacarte el MIR y acabar en un hospital privado CON TU PUÑETERA MADRE.
Luego vino el cabrón de las constantes otra vez. Después me trajeron la mierda de almuerzo. Cómo no, vinieron también a enchufarme los putos antibióticos y el puto nebulizador que seguro que en vez de curarme me estaba matando y los negacionistas gilipollas del Covid y las vacunas tenían razón.
La que me retiró todo lo anterior.
Las que vinieron a hacerme una electro, como si yo hubiera venido por un problema del corazón.
La nutricionista que vino a preguntarme qué quería comer al día siguiente PORQUE CLARO ME TENÍA QUE QUEDAR YA QUE ESTABA.
La que me trajo la merienda. La que retiró la bandeja después.
La que me inyectó heparina en la barriga vete tú a saber por qué y me dejó un moratón que sigo teniendo mientras escribo estas líneas.
Un señor aleatorio y desconocido para mí que entró en la habitación porque se había equivocado.
Mi amiga que se había quedado preocupada el día anterior y que vino a ver si seguía vivo.
El otro amigo que no tenía nada mejor que hacer que venir a reírse de mí.
La que me volvió a poner droga en vena y en pulmones.
La muchacha que entró antes de dormir con un abrigo negro y unos taconazos, y que cuando se abrió sólo tenía un conjunto de lencería rojo. Eeehhh sí, ¿y usted es? Pili, servicio especial a la habitación. Peeero yo no he pedido nada. Ya bueno, pero está incluido en la tarifa Ultra Premium. ¿Y cuánto dice usted que vale esa suscripción?
Ya antes de dormir, entró un señor mayor calvito, con una sotana negra larga, un alzacuellos blanco, y una biblia en una mano, y comenzó a dibujar cruces con la otra que tenía libre hacia mi cama mientras rezaba no sé qué. Oiga pero esto ahora qué es. Extremaunción exprés, hijo mío. Vamos a ver, quizá estemos exagerando todo un poquito… Di que sí hermano, la esperanza es la salvación del buen cristiano…in nomine patris et filii et spiritus Santi…
Y por resumir, así pasé un día tras otro hasta ese jueves. Un total de 4 días y 3 noches en un hospital, by the fucking face. Estoy vivo de milagro, y vosotros, lectores míos, tan tranquilos.

Óleo sobre lienzo