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El ingreso

El lunes de esta semana, por fin, decidí ir al médico. No recordaba la última vez que había pedido cita para medicina general, si bien es cierto que acudo regularmente a mis dermatólogos y digestivos. Cosas de la herencia recibida.

Lo bueno de estar dado de alta en un seguro privado gracias a mi empresa es que las citas se dan fácilmente, así que acudí a mediodía cuando apenas había entrado en la aplicación esa misma mañana a buscar hueco. La doctora me dio paso y le describí pormenorizadamente todos mis síntomas. «Mire usté que yo soy poco de ponerme malo, pero es que la semana pasada que si tos, que si fiebre continua, que si dolor muscular, que si un mal cuerpo que no podía levantarme del sofá, que si hasta dejé que mis amigos salieran de fiesta sin mí y eso ya sí que es una mala señal…» La doctora anotó todo, me auscultó, me midió la tensión, y me pidió dos pruebas, un test de gripe (que era lo que ella sospechaba que yo tenía) y una placa de tórax para descartar. Hacía ya años que no me metían un palito de estos por la nariz y no recordaba esa agradable sensación de que un objeto te toque el cerebro. ¿La placa de tórax? Estoy acostumbrado a que me pidan que me quite la camiseta, así que fue un trámite.

Cuando subí a ver de nuevo a la médico, su cara tras la mascarilla no auguraba algo muy esperanzador.

– Pues tienes neumonía…

– Eso es malo…

– Sí…aunque se nota que eres joven, porque con lo que tienes no sé cómo estás aquí tan normal…

– Eso es bueno…

– …se nota que tienes que hacer mucho ejercicio porque vamos…

– Eso es bu (((¿está intentando ligar conmigo?)))

– Te voy a derivar a urgencias…

– Eso es malo…

– …para que te hagan un triaje…

– ESO ES MUY BUENO

– …que quiere decir que van a hacerte pruebas para valorar qué neumonía tienes y qué tratamiento seguir…

– Ah pues no es lo que pensé…mmm…¿puedo irme ya?

Total, que llegué a urgencias. Primero tuve que mear en un bote, así sin preliminares ni un vasito de agua ni nada. Luego vino una enfermera de Almería a sacarme sangre. Para los que no me conozcáis lo suficiente, odio las agujas. Pero nivel mal. Nivel mi cuello se gira tanto hacia el extremo contrario del que me están sacando sangre que una vez se me acercó un señor a decirme que si quería hacer de doble de la niña del exorcista. Total que ahí estoy yo, mirando fijamente un punto en el otro extremo, intentando sacarle conversación a la de Almería, tamborileando con los dedos sobre mi pierna, hasta que oí el bendito «ya está». Suspiré, giré la cabeza aliviado, y a la que estoy volviendo a mirar a mi brazo escucho de la enfermera «…te he dejado la vía puesta por si acaso para luego». Y claro, ya no me dio tiempo a desviar la vista. Ahí estaba con sus huevos, la vía bien puesta en mi vena y yo viéndola de cerca en todo su esplendor con la puta aguja entrando en mi carne. Flashes de la película de «Réquiem por un sueño» que seguramente fuera la que me generó todo este trauma pasando a mil por hora por mi mente, y mi cara debió ser tal poema que la enfermera me preguntó «¿estás bien?», y yo «ome paisana, pues si casi me descoyunto el cuello y no me avisas de esto tú me dirás…», «ay perdona hijo no sabía…»

Solventadas mis ganas de desmayarme, pasó un rato hasta que la misma enfermera volvió. «Bueno ahora voy a ponerte otra vía para el cultivo de sangre». EH WAT. CÓMO QUE OTRA VÍA. «Sí claro, te la tengo que sacar de otra vena porque si no se puede hacer el cultivo…pero no te preocupes, ésta es más cómoda y te la pongo en la otra mano». AH BUENO CLARO MENOS MAL, GRACIAS PARIENTE DE BISBAL. Total, que giro de cabeza hacia el otro extremo, aguanta el puto pinchazo en la mano y todo el proceso de manipular eso para poner cables y la dichosa vía, y oficialmente pasé a convertirme en un ser biónico. «¿Te importaría taparme con algo las 2 vías para que no tenga que verlas todo el rato, María José?» (ya le tuve que preguntar el nombre a la interfecta para intentar ganar confianza con alguien que podía suministrarme drogas por vía intravenosa gratis). «Sí claro». Y ahí pasó a vendarme el brazo derecho (bien), y cuando pasó a vendarme la mano izquierda…algo pasó. Porque mientras una enfermera está haciendo su trabajo escucharle un «ay ay no no» llamadme loco pero igual no es buena señal. No sé por qué decidí mirar para averiguar exactamente qué pasaba. Sólo sé que me sirvió para ver como un chorro de sangre caía de mi mano a mi abrigo Goretex. Perfecto, voy a morir desangrado en este puto hospital…pero yo a la María José esta me la llevo conmigo aunque sea lo último que haga.

Por suerte (o por desgracia según se mire) no hubo desangrado, se paró la hemorragia, se limpió mi Goretex con agua oxigenada y como si estuviera nuevo, y acabé con todo tapado y vendado. A este suceso le siguieron unas 2 horas de espera sentado a que viniera alguien a decirme qué hacían conmigo. Y yo sin comer desde el desayuno. Como eran ya casi las 5 de la tarde, negocié con mi casi-asesina que si podían traerme un arguito, y así fue: unas galletas María y un café descafeinado. Gracias Sanidad Privada. Además de eso, me debieron ver malita cara porque me midieron la temperatura (38,7ºC, caliente como Gabete) y me enchufaron por fin droga en vena que oye, qué eficasia cabesa. Otra horita más esperando…y por fin vino la médico que me había mandado las pruebas.

– Bueno Santiago pues te quedas aquí hoy.

– Me quedo cómo.

– Ingresado.

– ¿¿¿Ingresado??? Pero si estoy bien y no me estoy muriendo.

– Bueno ésa es tu opinión.

Y así fue cómo entré en la habitación 404 del Hospital Virgen del Mar el lunes. 2025, empiezas fuerte.

La próxima semana relataré el resto de la experiencia. Así os quedáis con las ganas.

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