Viajes

Bulgaria, 2023

Ya lo dijo Teccam: no hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros. Si quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre. Viajar nos pone en nuestro sitio, nos enseña más que ningún maestro, es amargo como una medicina, cruel como un espejo. Un largo tramo de camino te enseñará más sobre ti mismo que cien años de silenciosa introspección.

Patrick Rothfuss (2011). El temor de un hombre sabio

Los gatos de Bulgaria se parecen a los perros: tienen ese desparpajo de acercarse a las mesas a pedir comida mientras te miran con los ojos del gato de Shrek. ¿Que por qué lo sé? Porque para quien no me siga en redes (grave error), estuve la semana pasada por allí. Esta entrada no pretende ser la típica descriptiva de ciudades, sitios donde comer o alojarse, o un relato pormenorizado de los 7 días que ha durado la incursión al antiguo país de la URSS. Ni yo tengo las ganas ni vosotros la paciencia.

Dani, Pablo y yo somos amigos desde el instituto. A Pablo le conocí en una fiesta de cumpleaños de un amigo (o a lo mejor amiga, ahora no me acuerdo) en común. A Dani, en una tetería con compañeros de aquella época, poco antes de que coincidiéramos juntos en 2º de bachillerato. Esa época en que Dani estaba gordo y yo llevaba cresta y perilla. No sé quién de los 2 estaba peor. Recuerdo que en mi primera barrilada en el Charco de la Pava bebí Ron Legendario con Coca-Cola con estos 2 personajes, cuando la Zero ni siquiera existía, y comencé una colección de banderitas de Cuba que a saber dónde acabó.

Vale, en esa foto ni llevo perilla ni cresta, y los gordos somos Pablo y yo en vez de Dani…pero bueno, debería ser de la época, vosotros ya me entendéis. Menos mal que hemos mejorao…creo:

Ejem…bueno, el sepia no nos hubiera venido mal tampoco aquí.

La cuestión es que los años pasaron y acabamos los 3 en el mismo país de Erasmus (o algo parecido) pero en sitios diferentes: Pavia, Bologna y Firenze, buen tridente. Eso sí, lo que unió el IES Nervión, no lo separó ni Italia ni Madrid, donde Dani y yo acabamos unos años después, y aquí seguimos. En 2019 decidimos que ya era hora de volver juntos al extranjero, y por no repetir Italia, decidimos pasar Halloween en Rumanía. «Qué buena esa de pasar la noche del terror en Transilvania» pensaréis algunos. Pues no, no nos movimos de Bucarest y quien me diga que el país es bonito, me lo tendré que creer porque os puedo decir muchos bares, restaurantes y discotecas de la capital, pero ya está.

Este año mi hermana cumplió nada más y nada menos que 40 años. (((Santi, qué carajo tiene que ver esto con la historia, Te juro que tiene que ver, espera y verás))) Previo a eso, mis padres ya habían organizado su regalo: un viaje a Nueva York. Yo ya había ido (os recomiendo encarecidamente leer esta entrada donde describo cómo surgió la idea del primer viaje a NYC…) pero ella tuvo la mala suerte de que no pudo unirse. Por ello, mis padres le hicieron un bono de regalo, y a pocos días del cumpleaños me la volvieron a colar. Sí, otra vez con Nueva York (((repito, leeros la entrada de antes para entenderlo))).

Niño, que claro hemos pensado que tu hermana yendo sola a NY igual se aburre (((discrepo))). ¿Tú no te animarías a ir con ella?

Claro padres…¿pero mi viaje está incluido en el regalo?

No hombre, el regalo es sólo para tu hermana.

Ya…

Total, que el viaje iba a ser este 2023 y me reservé unos pocos de días para irme con ella, con la buena suerte, en este caso, de que ha empezado a trabajar en una bodega en Jerez (((con alcohólico resultado))) y hasta 2024 va a ser que no hay viaje. ¿Y qué hice yo? Dani, Pablo: vámonos por ahí otra vez, pero esta vez más tiempo. Os prometo que estuvimos a puntito de comprar los vuelos a Egipto sin saber la que se venía, y estuvo en el radar momentáneamente Israel. Qué ojo tenemos. Menos mal que la tiesura de Pablo hizo que eligiéramos sabiamente: vuelos baratos desde Madrid a capitales europeas y, ya que estamos, elegimos el país más económico de la UE. Y voilá: Bulgaria que te crió.

Que llevo un rato hablando de todo menos del viaje, lo sé. Pues por resumiros con eslóganes sensacionalistas, como le gustan a mi Danié, os comento:

Sofia: la Jerusalén soviética.

Y es que Sofia, aparte de conservar ciertas reminiscencias de su época comunista, tiene, en un área muy pequeña del centro, mezquita musulmana, sinagoga judía y monasterio ortodoxo. Y si os preguntáis cómo fue la entrada a la sinagoga con la que está cayendo y la amenaza terrorista, confirmo: les faltó desnudarnos y ponerse unos guantes para explorar. Si encima en su foto del DNI Dani parece el líder de un cártel de narcotraficantes, apaga y vámonos. Si vais a Sofia y no vais al Monasterio de Rila que está a poco más de una hora en coche, es como ir a Coruña por primera vez y no pasar por Santiago.

Nessebar: el juguete del Mar Negro.

Acertamos en seguir el consejo de un amigo y acercarnos a esta pequeña ciudad en la costa del Mar Negro, al norte de Burgas, y cuyo casco histórico parece de juguete. No dejaros engañar por la entrada en la ciudad que parece Magaluf (((iba a poner «pero en cutre» pero sería redundante con Magaluf))).

Veliko Tarnovo: la Ronda del este con nombre de equipo de baloncesto.

Si queréis trabajar glúteos y piernas, no dudéis en pasearos por el centro de esta ciudad en el centro del país. Construida alrededor de un río, su orografía la hace bastante especial. Tienen vetada la entrada a personas con movilidad reducida, pero aparte de eso son majos y merece la pena visitarles.

Los paisajes otoñales de Bulgaria: qué bucólicos.

Ésta fue la palabra más usada por cada paisaje con esos colores otoñales típicos de hoja caducifolia, así como de los pueblecitos con casitas de colores.

Plovdiv: la Malasaña búlgara.

Qué ambientazo, qué buen rollo, qué callecitas, qué edificios, qué gente más simpática, qué bohemia (((palabra trendy para Plovdiv, todo sea dicho))). Para quedarse a vivir una temporada. Barrio de Kapana para comer y cenar, y luego musicote en el No Sense. Plan sin fisuras.

11 consejos para viajar por Bulgaria (sí, 11, no 10, si al final había 11 mandamientos, pues 11 consejos):

  1. Aunque no estén pintadas las líneas de aparcamiento de azul y verde, asegúrate de tener un garaje en las ciudades, que si no te puedes despertar con un preciosísimo cepo en una rueda.
  2. No te dejes llevar por la apariencia de los edificios por fuera: por dentro pueden ser auténticas mansiones para turistas. Si eres pobre no, claro, esos están igual de mal en todos lados.
  3. Si empiezas a tener placas en la garganta, siempre es bueno tener contactos en el sector médico que te hagan recetas ilegales (((perdón, quería decir legales))) que luego ni te piden en la Farmacia.
  4. Si te preparas una infusión con agua hirviendo, aleja la taza lo máximo posible de tu cuerpo hasta que se enfríe, y sobre todo no te la eches encima del pie, no vaya a ser que tus amigos tengan que entrar en una Farmacia otra vez y gesticularle de forma muy ridícula a la dependienta qué necesita tu amigo para su quemadura de segundo grado.
  5. Si tienes turismo-fobia como nosotros, ve en octubre: ni Piter en muchísimos sitios.
  6. Si quieres despejarte la garganta y fosas nasales, bebe rakia, un destilado parecido al brandy típico de allí para tomarte antes de comer. 40 grados a palo seco, rico y con fundamento.
  7. Prueba el vino local, que aunque no lo parezca hay sitios donde lo hacen bien además de en Francia (y el vino).
  8. La entrada en los monasterios y lugares de culto ortodoxo son gratis. Hacer foto en sus interiores, no. Puedes hacerlas, pero pagando. También puedes intentar irte de listo e intentar hacer fotos en plan ninja, que te cojan, te hagan pagar, y hacerle pasar un bochorno considerable a tus amigos civilizados.
  9. Si quieres perder el tiempo, ve a visitar la réplica de la tumba tracia de Kazanlak. Menuda putísima mierda.
  10. Si no te gustan los gatos, no vayas. Hay gatos por todos lados.
  11. Si no te gustan los búlgaros, tampoco vayas. Los hay por todos lados.

Como nota anecdótica no tan graciosa del viaje, el sábado, último día, echamos la tarde en Plovdiv Dani y yo paseando, tomando algo en varias terracitas y arreglando el mundo y la felicidad de la gente, mientras el viejoven del grupo se iba a dormir la siesta al mega-piso que habíamos alquilado. Todo por haber salido una noche, ya ves tú. En fin, que nos sentamos durante un buen rato enfrente de un sitio que estuvimos tentados de pisar y hasta dijimos abiertamente de entrar, pero no llegamos a hacerlo. Os daría alguna explicación plausible, pero no la hay. Simplemente, a pesar de lo llamativo, no fuimos. Al día siguiente, Dani, nada más pegarnos el madrugón para volver a España, nos leyó la noticia de que Matthew Perry, el actor que dio vida a Chaendler Bing en Friends y uno de mis personajes favoritos de siempre, había fallecido. El sitio al que no fuimos se llamaba Central Perk.

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