Relatos

Ondevaio

– Si ahora vemos aquí sólo el Cristo de ésta, atravesamos después de que terminen de pasar los penitentes, corremos antes de que la Cruz de Guía de esta otra entre en esta calle, podemos ver entera La Cena y luego ya ahí vemos.

Las palabras las pronunciaba un chaval joven, que no llegaría a los 25, señalando con su dedo índice de la mano derecha una especie de folleto que aguantaba con su mano izquierda. A su lado, 2 amigos de su misma edad y la que parecía ser la novia de uno de ellos, escuchaban atentamente lo que decía mientras miraban el trozo de papel absortos.

– Ya illo pero entonces luego no sé cuál vamos a ver porque se meten todas en Carrera Oficial y a Triana no te vas a ir.

– Pues yo que sé, cafelito y nos vamos a ver salir ésta y esta otra en Alemanes – más gestos sobre el papel.

– Ji aro, con tol follón que hay montao allí, y ponte tú a salir luego a ver entrar Los Despojos.

Se hizo un silencio mientras todos estudiaban aquel trozo de papel que a mí me parecía un auténtico universo paralelo. Llevaba un rato escuchando la conversación de aquella chavalería porque no me quedaba otra. Una masa de gente taponaba la calle que tenía que atravesar para poder seguir avanzando hasta mi casa. Cualquier día hubiera tardado 5 minutos o menos desde el punto donde me encontraba en llegar al portal de mi piso, pero lo que estaba viendo truncaba mis planes. Gente apelotanada, una fila de capirotes blancos y más gente al otro lado. Finalmente me atreví a interrumpirles para que me sacasen de dudas, puesto que parecía que pilotaban bastante:

– Disculpad, ¿le queda mucho a esta procesión para pasar?

Se gira el que parece el cabecilla del grupo al ser el que les ha estado organizando el resto de la tarde y la noche al resto.

– ¿Usted no es de aquí, verdad?

Aquí he de puntualizar. No, no lo soy. Soy de Albacete, llevo 4 meses viviendo en Sevilla por trabajo, y en todo este relato de los hechos he obviado que el acento de los que acababan de pasar a ser mis interlocutores distaba bastante del mío. Decenas de consonantes sin pronunciar, palabras entrelazadas y unidas en un solo vocablo, y un deje entre barriobajero y cateto, que me perdonen.

– No, para nada. Es que vivo pasada esa calle y no sé cómo atravesar, por si me pudierais ayudar.

– Pues a ésta le queda aquí por lo menos una hora. Encima va con retraso la que está entrando en Carrera y la Cruz de Guía de ésta lleva parada un buen rato en el Duque, así que…como no de usted la vuelta por ahí, tire por Amor de Dios hacia la Alameda y vaya luego rodeando, no sé yo…

– Dónde vas chiquillo – he de decir que he hecho la traducción al castellano, porque lo que salió de la boca del amigo sonó más a algo como ondevaio – si ahora mismo está la cola de ésta tirando por allí que además hace el giro que le pilla fatal a este hombre y se puede quedar encajonao.

– Ostia pos tienes tó la razón…

Bendito el momento en que me alquilé el piso en el centro de Sevilla. Poco antes de las Navidades, mi empresa me había comunicado mi traslado a la capital hispalense, y en un principio hasta me sentí ilusionado. Sur, buen tiempo, playa cerca, buena comida, buenos precios, “salero”…pero en esos momentos me estaba acordando del comentario de un compañero de la oficina que, tras decirle dónde me había alquilado el piso, me soltó “ohú poh a vé si te invita a tu barconsito en Semana Santa que no vea si se tiene que vé bien er Sentensia”.

Er Sentensia. Sentencia la que le daba yo a esta ciudad rancia, capillita y volcada con una Semana Santa hipócrita que no estaba haciendo más que tocarme los huevos. Y sólo era Domingo de Ramos. Para qué habría salido yo de casa a dar un paseo…

Una música de cornetas y tambores estaba acercándose peligrosamente por la calle, y cuatro chicos vestidos de blanco impoluto portaban una especie de palos metálicos que terminaban en velas, mientras otro muchacho estaba a su lado meneando un incensario y poniendo toda la calle llena de un humo que apestaba hasta donde estaba yo. Aun dándole crédito a lo que decían el grupo de amigos, y antes de que esa horrible música arcaica y tamborazos se colocaran a mi lado y me reventaran los oídos, comencé a aventurarme por las calles que me habían indicado. Problema: cuando había llegado, no tenía a nadie detrás. Al darme la vuelta, me descubrí apretado entre una masa de gente que me rodeaba por todos lados y miraban hacia mí.

– Disculpe…perdone…

– Sí hombre, ahora que pasa el Cristo.

– Pero es que tengo que salir.

– ¡Po se espera usted coño, vamos que habrá momentos pá pasar y tiene que ser ahora, con lo bonita que es la revirá aquí!

– ¡Shhhhh!

Se hizo un silencio atronador tras el mandato de silencio que otra persona de al lado había lanzado al aire. Uno de mis cómplices, el muchacho al que había preguntado primero, salió en mi defensa y susurrando bajo le dijo a la señora que me había increpado “es que es de Albacete el hombre”.

– ¡Po se va a esperá iguá!

Como era conocedor de lo peligrosa que era mucha gente en Sevilla, y a lo mejor aquella señora era del barrio ese de tiroteos y drogas que me habían comentado de 3000 casas o algo así, me mantuve callado y aguardé paciente a que terminara aquél espectáculo, confiando en que fuera pronto, que además había comenzado a notar ciertas ganas de orinar…

Para qué pensé nada. Aquello fue tremendo. Una música que no paraba, venga aplausos cada dos por tres, “olé qué bonito mi Cristo”, una señora llorando…yo ya no sabía cómo agachar la cabeza de la vergüenza. Cuando por fin el hombre que iba delante de aquél armatoste ostentoso de oro (del que ya me gustaría a mí que Moisés hubiera dicho algo) le pegó un martillazo que casi me mata a mí y parecía que aquello paraba, vi mi oportunidad. Pero de repente, empecé a escuchar alguien que gritaba. Por un momento me asusté y me giré a ver qué pasaba, reviviendo las imágenes de la televisión de hacía unos años donde había habido avalanchas y bullas varias. Madre mía, iba a morir aplastado viendo una procesión en Sevilla. ¿Había manera más absurda de dejar este mundo? Pero la gente en lugar de asustada o salir corriendo, estaba mandando callar. Se me calmaron los nervios y comprobé que aquello no eran gritos. Al parecer estaba cantando. Cantando medio llorando, desgañitado aquel hombre que por fin localicé en un balcón y que la gente miraba obnubilada. Y más olés en medio, y aplausos al final. Así que aquello era una de las famosas saetas de las que había oído hablar…pues vaya.

El caso es que el paso aquel venga otra vez martillazo, venga pegar un bote los no sé cuántos kilos, un resoplido desgarrador desde debajo del paso que me heló la sangre y la gente, en vez de preocuparse, cómo no, aplaudió. Otra vez. El caso es que pasó aquel calvario, y nunca mejor dicho, y la señora de momentos anteriores parecía de mejor humor, me dio su beneplácito y medio sonriendo me dijo “¿ve usté? Ahora sí miarma”.

Qué hartito estaba de tanto miarma miarma. Pero qué a gusto saliendo de aquella masa de gente. Respiré hondo y comencé a andar esquivando personas, carritos y gente sentada en las aceras comiéndose bocadillos. Doblé una esquina y allí estaban otra vez, más nazarenos. Volví sobre mis pasos, seguí avanzando, dos calles más y volví a girar…y allí seguían. Pero vamos a ver, ¿hasta dónde llegaba aquello? ¿Había tanta gente en Sevilla como para que hubiera 9 procesiones así, con tantos nazarenos, costaleros y penitentes, más la cantidad de gente en las calles, más la gente viéndola en sus casas? ¿Qué era aquello, Pekín? ¿Es que a todo el mundo en esa bendita ciudad le gustaba la Semana Santa y nadie decidía irse a la playa?

Me daba igual, esa vez atravesaba hacia el otro lado por mis huevos. Como parecía que la cosa estaba tranquila, comencé a pedir permiso educadamente, pero esta vez más decidido. Algún murmullo oí detrás de mí, sin que se preocuparan por decirlo en voz baja, pero lanzado al aire así como quien no quería la cosa, al estilo de “la gente es que de verdad se cree que puede pasar por donde quiera”. Me la bufaba tres quintos. Iba lanzado y nadie podía pararme, a ver si iba a ser normal que uno no pudiera llegar a su casa a mear tranquilo. Comencé a vislumbrar mi fin cuando vi un claro de gente justo al lado de la fila del Ku Klux Klan y mi júbilo interior me dijo “lo tengo hecho”. Pero mi gozo en pozo: aquel claro no eran más que personas sentadas en sillas pequeñas plegables. Tan pequeñas que algunas de las personas, entradas en carnes por ser algo educado y suave, tenían más culo fuera que apoyado y no sé cómo no reventaban aquello. Que ganas desde luego tenía, porque la ira que tenía ya acumulada estaba pudiendo conmigo.

– Perdonen pero tengo que pasar que vivo allí.

– Pues va a tener que ser por otro lado – ni las pipas dejó de comer la jodida gorda mientras lo decía.

– Mire vivo allí y aquí que yo sepa nadie es dueño de la calle, así que haga el favor de dejarme pasar.

– ¿Oish pero este tío quién se ha creído?

Sin decir más comencé a intentar pasar unilateralmente, sin miramientos. Un hombre se levantó de muy malas maneras pero cedió a dejarme el paso, pero de la gorda nada. Negando rotundamente con la cabeza estaba. Empecé a intentar pasar por un lado pero la muy hija de su madre empujaba. Cuando lo intenté por el otro, hizo lo mismo con la mala suerte (para mí no) que se resbaló y cayó de la silla. Menos mal que tuve reflejos y la esquivé, pero para ello tuve que pegar un empujón para atrás y pisé a alguien.

– ¡Oiga me cagoentó que me ha pisao!

La gorda se levantó, empezó a gritar, el que estaba al lado también, la de detrás, gente mandando callar, yo intentando hacer caso omiso seguía avanzando pero nada, brazos volando, empujones, todo el mundo mirando, dos agentes de Policía se acercan…

Y aquí ando, en la Comisaría de la Alameda, con un ojo morado, al lado de un señor que vive en la calle Baños según ha declarado, escribiendo esto aburrido mientras me dejan salir. El año que viene por mi madre que me cojo vacaciones y me voy a Albacete o a la playa. Vamos que si me voy. Enseguía me quedo yo aquí. Joder, me están pegando la forma de hablar hasta para pensar. ¿Ondevaio?

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